* Los increíbles
* Contra la pared
* Como una imagen
* Hay motivo
* Melinda & Melinda
* Silver City
* 9 Songs
* Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera
* Mar adentro
* Kill Bill
* Spider-man 2
* La casa de los babys
* Harry Potter y el prisionero de Azkaban
* El día de mañana
* El testamento del Dr. Mabuse
* El precio de la verdad
* El principio de Arquímedes
* Big Fish
* Lost in Translation
* Zatoichi
* 21 gramos
* Ser y tener

La cultura de los superhéroes, si seguimos el hilo de “El protegido” de Shyamalan, necesita de la existencia de supervillanos. El nazismo y el comunismo stalinista y post-stalinista eran aprovechados para el imaginario colectivo como auténticas factorías de científicos locos, de mutantes producto de sórdidos experimentos, de líderes delirantes con ánimo de dominar el mundo y con una tendencia natural a demorar la supuesta última hora del héroe explicando monólogos sonrojantes. Sus razones siempre eran absurdas comparadas con el bien moral y la seguridad de los que los superhéroes eran garantes. La caída del muro parecía que iba a sepultar definitivamente este tipo de cultura. Sin embargo, ningún superhéroe tenía turno de guardia la infausta mañana en la que cayeron las torres gemelas, y aún está por ver qué clase de iconografía surge tras la paranoia generada por el terrorismo internacional.

“Los increibles” se miran en el espejo de “Spy Kids” no sólo en el hecho de que los protagonistas sean una familia (papá, mámá y dos hijos... aquí meten uno más en pañales para no plagiar en exceso). También rescatan la idea de que la unidad de la familia está en peligro, una amenaza más cotidiana y por ello más terrible. La historia parte de un punto en la que la familia lleva una existencia monótona y sin ninguna emoción motivada, de forma más o menos explícita, por las responsabilidades que supone tener hijos. Cuando aparece el supervillano, ningún miembro de la familia está preparado porque ha olvidado como funcionan sus habilidades o su cuerpo ha empezado a degenerar. La gracia de ambas películas está en que todos acaban superando sus dificultades personales (conciencia de superpoderes o habilidades) y familiares (la familia que reparte yoyah unida, permanece unida).

Y “Los Increíbles” comparte con “Monstruos S. A.” ese aire entre melancólico y resignado de quien sabe que su hipotético mercado ha sufrido grandes cambios. Estas películas de Pixar no son tanto para niños como para adultos que han crecido viendo dibujos animados. Sólo así se entiende que conceptos como frustración, dificultades para tener una segunda oportunidad o incomunicación con respecto a los hijos formen parte de su discurso.

Con estos elementos se teje un producto de buena factura, entretenido, y familiar en el sentido amplio no peyorativo del término. Es decir: cumple los mínimos exigibles, que es algo más de lo que se puede decir de muchos productos actualmente en cartelera.

Todo esto nos llega gracias al discurrir vital de dos personajes. Sin ellos, habría que decir que no habría película sino un amontonamiento de salvajadas. Pero la peripecia vital de un descerebrado del que lo mejor que se puede decir es que le gusta el punk y de una folladora con una curiosidad compulsiva por saber cuánta sangre puede manar de sus muñecas acaba por ser atractiva y emocionante. Más que nada por explorar los efectos más cafres de esa técnica de guión que consiste en la “tensión sexual no resuelta”. Es decir, que parece que lo más difícil del mundo es que los protagonistas forniquen como les piden el cuerpo y toda la platea en comunión universal.

La película, desde el punto de vista sonoro, sufre de “horror vacui”. No va por esas melodías tradicionales interpretadas por un grupo de 6 músicos y una cantante, que hacen el papel de coro griego de la acción que se nos va a narrar. Es más, esas canciones son preciosas, y sólo por eso ya vale la pena pasar por taquilla. Lo digo porque la película es un continuo video-clip, y muchas veces te da la sensación de que la música no tiene más función que dar placer al director en un momento determinado en el que no tiene acción que ofrecer.

En cierto modo, creo que el director pretendía aturdir al espectador para situarlo al nivel de desorientación de los protagonistas. Por eso, el final tiene un tono y un pulso muy distintos. Pero no entraré a detallarlos, claro.

Casi me olvidaba de un factor importantísimo: los protagonistas son personajes desarraigados, turcos de origen pero alemanes de adopción, y no miran más que a sus propios placeres, sin ver cómo afectan sus decisiones a la comunidad a la que pertenecen. La obra de Fatih Akin podría ser una mirada sobre la vida en Alemania, el colectivo turco-alemán o la sociedad turca. Sin duda, todo esto está en la película, pero quedan en segundo plano ante unos personajes de los que no podemos apartar la vista.

Y es aquí donde me queda la duda sobre qué hubiera hecho otro director con este material en sus manos. Vivan los ingredientes, cuidado con el cocinero.

Cambiamos, leñe. De todas maneras, “Como una imagen” sitúa sobre el tapete a una serie de personajes neuróticos y egoístas (se salva de la quema un joven enamorado, de cuya inocencia se duda en casi toda la película) con los que es difícil identificarse. Además, son gente de clase media alta con inquietudes culturales, lo que hace que sea una película muy específica para un público muy determinado. Eso es un lastre para una directora que firmó “Para todos los gustos”, y no lo digo como un chascarrillo fácil.

Agnès Jaoui compuso en esa obra anterior una comedia coral sobre las restricciones que nos imponemos cuando se trata de elegir a las personas con las que nos relacionamos. Las historias estaban muy bien ligadas, había mucho sentido del humor (inolvidables las lecciones de inglés)... merecía la pena. En este sentido, “Como una imagen” tiene un formato con algunos parecidos pero con una intención totalmente distinta: es un drama coral sobre cómo nuestros impulsos egoístas afectan a las personas que nos quieren.

El problema más grave de la película es que, a pesar de su interesante planteamiento, no divierte ni emociona. Una lástima.

- “La insoportable levedad del carrito de la compra”: demoledor corto sobre la pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas en los últimos años, extraído a partir de la observación de una persona de la calle. Isabel Coixet tiene un dominio del oficio encomiable.

- “Por tu propio bien”: Icíar Bollaín graba el fragmento más alegórico y menos dirigista de todos, y también el que tiene el montaje más atractivo. Ver a Luis Tosar pariendo no deja de tener su gracia.

- “Adolescentes” y “Se vende colegio”: ambos son exponentes de que poner una cámara ante unos testimonios y saber extraer de ellos declaraciones potentes no siempre es fácil, pero cuando los tienes poseen mucho valor. Los dos tienen como material de denuncia el ámbito de la educación: el primero denuncia el hecho de que sea más fácil “conseguir un éxtasis que un libro”, y el segundo trata sobre la permisividad y complicidad de las administraciones ante el papel creciente de las sectas religiosas en la educación.

- “Catequesis”: un cuento de Juan José Millás puesto en la boca de Pilar Bardem. O cómo ser capaz de sorprenderse por las barbaridades que aún se pueden llegar a decir y hacer en la vida pública.

- “Por el mar corre la liebre...”: José Luis Cuerda muestra que, para un político, el arma de corrosión más poderosa que existe es un vídeo. Una grabación en la que se recoja lo que dijo antes de llegar al poder y lo que hizo una vez estuvo en él. En segundo plano suena la melodía popular “Vamos a contar mentiras”. Tralará.

- “Mis treinta euros”: o la anécdota cruel de un obrero que deja de cobrar parte de su salario porque el presidente del Gobierno fue a inaugurar una obra inacabada. Es decir: la propaganda política puede llegar a pasar por encima de las necesidades de las personas.

- “¿Legalidad?” y “Muertos de segunda”: o cómo el Gobierno del Partido Popular no supo defender a sus propios ciudadanos por encima de unas presuntas buenas relaciones con los Estados Unidos, mensaje ejemplificado con el caso del español secuestrado en Guantánamo y con la muerte injustificada del cámara José Couso, respectivamente.

Cualquier gobierno que ignore las lecciones que se pueden extraer de estos diez cortos no merece ser reelegido. Sea del color que sea.