* Babel
* Ficció
* Alatriste
* United 93
* Grizzly Man
* V for Vendetta
* El Castillo ambulante
* Walk the Line (En la cuerda floja)
* Caché

Si la obra conjunta de González Iñárritu como director y Guillermo Arriaga como guionista se cerrara con este film, el balance sería: un film brutal y buenísimo (“Amores perros”), un trabajo interesante pero efectista (“21 gramos”) y un tercer film que no aporta nada al discurso de sus creadores pero que es mucho mejor que el 95% de la producción cinematográfica actual.

“Babel” es una vuelta de tuerca en falso: la fórmula de las tres historias desencadenadas a partir de un hecho fatal, montadas en paralelo con hilos finos que las entrelazan, narradas con saltos adelante y atrás en el tiempo, ya es previsible. Y en este caso, como en el de “21 gramos”, estos truquitos no aportan valor extra a lo que se narra, sencillamente dilatan los diferentes momentos de tensión. Vuelve a surgir la pregunta de si los autores confiaban tan poco en el material que no consideraban oportuno montar tres historias una detrás de otra.

Veamos. Una historia es la de una pareja americana que deja a los hijos con una cuidadora mexicana en situación irregular para irse a Marruecos a afrontar un momento de crisis en su relación. Todo se complica cuando un niño pastor intenta probar el alcance de su nuevo rifle… La segunda historia es la de dicha cuidadora mexicana y los niños de la pareja antedicha, que atraviesan la frontera para ir a una boda. La tercera es la de una joven japonesa sordomuda que ha perdido a su madre y que tiene una cierta ansiedad por tener experiencias sexuales.

Bien es cierto que no avanzo más para no chafar el argumento, pero, a priori, no parece que sean unos puntos de partida terribles, ¿verdad? Todos nos ayudan a percibir que, en una era de máximo uso de las tecnologías de la comunicación, los lazos sociales no son lo suficientemente fuertes para cubrir la amplia gama de necesidades emocionales que necesita un individuo. La gente quiere ser rica, gozar del sexo, tener seguridad en su casa y en sus fronteras, vivir con los papeles en regla, disfrutar del tiempo de ocio, sentirse apreciada, tener proyectos de futuro. Todo a la vez y sin falta. Aquí y en cualquier lugar del mundo, ahora y siempre. Igual algún día convertimos todos juntos el planeta Tierra en un chiqui-park, pero ese momento aún no ha llegado y tampoco se antoja cercano.

No es que sea una gran reflexión acerca de la globalización, pero para eso habrá tratados más sesudos, ¿no? Lo que cuenta, al fin y al cabo, es que el film no aburre, que los intérpretes cumplen en su mayoría con solvencia y que ya quisieran muchos directores estadounidenses acercarse al nivel de Alejandro González Iñárritu. Lo que pasa es que, si sigue insistiendo en la misma jugada, al final le robarán la cartera.

Otro aspecto a considerar es que el director no sólo está en crisis creativa, sino que además pasan muy pocas cosas. Con gusto sometería a los apóstoles del tedio a una sesión de electrodos en la que se les obligaría a firmar un documento por el que se comprometieran a copiar plano por plano filmes de Raoul Walsh y a leer “La isla del tesoro”. Sin embargo, fíjate tú, me gusta que en este film se escuchen sonidos que normalmente nos pasan desapercibidos, como el de la respiración.

Y es que todo urbanita que viaja al campo, más que cualquier otra cosa, experimenta en éste el despertar de los sentidos, normalmente abrumados ante la enorme cantidad de estímulos que reciben en la ciudad. Es por ello que en el campo todo sabe mejor, se recupera el olfato, la vista abarca amplios horizontes y se oyen los más pequeños detalles. Sí, ya sé que falta el tacto, pero éste sentido siempre ha ido por libre. Así, “Ficció” logra transmitir estas sensaciones y es uno de sus grandes aciertos.

En su búsqueda de verosimilitud, hay un elemento que chirría en la trama: ¡llueve mucho! (permítaseme la broma) Últimamente cuesta que llueva en Catalunya, y por lo que Cesc Gay enseña, su pluviometría podría ser digna de País de Gales.

La historia, aunque con algunas variaciones, entra dentro de ese subgénero del drama romántico que es el antes-de-conocernos-nos-casamos-con-otros-pero… Otros ejemplos, bastante más recomendables, son “Breve encuentro” y “Antes del atardecer”, donde la prolongación de la tensión sexual alcanza momentos de belleza sublime. Sin embargo, a mi entender, para que la historia funcione, los protagonistas deben estar en plano de igualdad: su unión debe ser para el espectador un hecho imposible a la vez que necesario. Y, desde mi punto de vista, Cesc Gay prioriza la empatía con el espectador por la vía de la proximidad antes que por la vía de la pasión del romance propuesto. Esto hace de “Ficció” un film agradable, pero difícilmente memorable.

Tal vez la principal perjudicada sea Montse Germán, cuyo personaje es menos definido que el de Eduard Fernández, que además está portentoso. No hay, pues, plano de igualdad. Los otros tres intérpretes, Carme Pla, Àgata Roca y Javier Cámara cumplen con eficacia. Y, por supuesto, hay que apuntar la promoción turística que hace la película de los impresionantes paisajes de la Cerdanya, un entorno que aquí brilla en todo su amable esplendor.

Hay un momento en el que el personaje de Eduard Fernández, una especie de alter ego de Cesc Gay, comenta que no le importaría rodar un film de acción. Pues oiga, aplíquese el cuento. O también puede superar el nivel de “A la ciutat”. En todo caso, la falta de pasión de Cesc Gay amenaza en un futuro no muy lejano con etiquetar sus films en el apartado de “pérdida de tiempo”.

El acento marciano de Viggo Mortensen es casi lo de menos. Al fin y al cabo, en pleno siglo XVII los soldados no hacían cursos de declamación. Lo que le pasa a su interpretación es que, más allá de ser un soldado eficaz, deja pocos espacios a la humanidad, y ninguno acaba de prosperar. Que alguien como Ariadna Gil sea su amada no le ayuda mucho, la verdad. Que el niño del que tiene que cuidar, tipo “El chico” de Chaplin, esté más pendiente de sus flirteos que de su instrucción perjudica el hipotético protagonismo de Alatriste. En resumen, en esta película, Diego Alatriste tiene un aire fantasmal, es alguien que prácticamente sólo se hace carne cuando está dispuesto a matar.

Y todo esto es una lástima para la adaptación de los textos de Arturo Pérez-Reverte, nuevamente maltratado por el celuloide, a la espera de saber qué hará Imanol Uribe con “La carta esférica”. Tampoco pueden decir que hayan salido muy reforzados ni Eduardo Noriega, ni Elena Anaya (a pesar de su rotundo cuerpo), ni Unax Ugalde…

Total, que como dijo en su día sobre la adaptación cinematográfica de “La casa de los espíritus” el gran comentarista Luis Martínez, recitando a Samaniego, “A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron presas de patas en él…”.

Greengrass también repite el uso de la cámara al hombro, que tan notables resultados le había dado en “Bloody Sunday” pero que tan poco había aportado a “The Bourne Supremacy”. Aquí vuelve a tener sentido: el espectador conoce más de los hechos que los protagonistas, pero comparte su desconcierto.

El director británico, sin embargo, introduce nuevos matices a su dirección: a pesar de la multitud de frentes abiertos en diferentes lugares, no subraya las transiciones mediante fundidos a negro. De hecho, ni siquiera se toma la molestia de perfilar unos personajes para que nos identifiquemos con ellos. Costaría reconocer a muchos intérpretes aun si nos los encontráramos a la salida del cine. El resultado es que, en tu butaca, no proyectas tu voluntad en la personalidad de un héroe o de un antihéroe, sino que participas de un cierto estado de perplejidad, de angustia.

Pero, a pesar de esto último, el héroe existe, y su nombre es legión, que decía el evangelio de San Marcos. En cierto modo, como en el texto bíblico, asistimos a una suerte de exorcismo, pero en este caso es positivo: un colectivo de personas corrientes, a las que hemos ido entreviendo a lo largo de un periodo breve de tiempo, extraen de sí un espíritu valeroso a sabiendas de que no verán la recompensa a su esfuerzo. De la tripulación y de los pasajeros sabemos lo esencial: que quieren a su familia, que muchos tienen hijos, que tienen proyectos, ilusiones, ansiedades… Malos tiempos, pues, para el mito del héroe individual que salva el mundo (tipo John McClane en “La jungla de cristal”) y para las licencias creativas de los poderes de los superhéroes. Power to the people, no delay. Eso sí, como muestra la escena de la avalancha en el pequeño pasillo del avión previa a la entrada en la cabina del piloto, la masa humana, en el ansia de salvarse, puede ser realmente aterradora. En el otro lado, el del antihéroe, o el enemigo, los datos mínimos: Alá por aquí, Alá por allá, y la desconfianza casi inevitable ante conversaciones no traducidas (en este caso, en árabe).

Y mientras tanto, los controladores aéreos enterándose de dónde estaban sus aviones mirando la CNN o, peor aún, a través de su propia ventana. De donde se deduce que las autoridades han fracasado y que la información al minuto, suministrada a los pasajeros vía teléfono móvil, permite tomar las decisiones correctas. “United 93” es, pues, un film muy recomendable. Sí, se sabe cómo acaba, pero la narración en sí misma es lo que cuenta. Preguntadles si no a la gente que va con frecuencia a la Iglesia.