Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal

Se cuenta que en el año 2000 un hijo de Steven Spielberg preguntó a su padre cuándo iba a filmar las dos películas que faltaban de las 5 que habían prometido en los 80 para la serie Indiana Jones. Bendito sea.

Utilizar la palabra “retorno” es hacer un guiño a los que han visto a la película. Así que, hablando para todos, diremos que “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” es una vuelta al cine de acción y aventuras clásico. Hay un tesoro fabuloso, unos malos muy malos y además soviéticos, una extraña pareja intergeneracional, una historia de amor renacida, tiros, persecuciones, enigmas, bichos asquerosos y hasta un loco estilo Ben Gunn (“La isla del tesoro”). Y sólo un 30% de los efectos visuales son generados por ordenador.

La película tiene una secuencia inicial en el mítico Hangar 51, el almacén militar en el que se esconden los hallazgos de Indy (entre ellos, el Arca de la Alianza, que el que se fijó dice que aparece brevemente en un cajón roto). De hecho, el film desprende un aroma muy parecido a la que es (para mí) la mejor película jamás filmada por Steven Spielberg. Otro detalle sobre el particular: la presencia del personaje de Marion Ravenwood. Hay un momento en el que ella le pregunta a Indy si ha habido más mujeres en su vida y él le responde que todas tenían un problema: que no eran ella. Pues eso.

Hay que apreciar también el buen estado de forma en el que llega Harrison Ford. Se había mantenido bien, pero cuentan que se ha pasado sus buenas horas en el gimnasio y comiendo pescado y verdura. A sus 64-65 años hace un derroche físico comparable al de Mick Jagger, y, sin necesidad de ser indulgente, se le ve bien para hacer la quinta y (en teoría) última parte.

Shia LaBeouf consigue superar con nota el reto de ser un personaje simpático, Cate Blanchett es resultona como perversa parapsicóloga estalinista, y el resto del reparto no se sale del sitio marcado con una X. Más les vale, porque esta película no está pensada para el lucimiento interpretativo, sino para el espectáculo total. Y si hay que hacer creer que hay cataratas en la selva amazónica, pues no hay problema, se ponen y punto. El equipo formado por Steven Spielberg, George Lucas y David Koepp da mucho juego.

Si alguien está esperando que diga cuál es la mejor peli de Indiana Jones habré de decir que no tengo ni idea, oiga. No he visto la tercera. Pero sí puedo decir que la cuarta entrega es algo peor que la primera y mucho mejor que la segunda.

* Atrápame si puedes

* Minority Report

* Cine 2008

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Honeydripper

Si alguien entra en la sala donde se proyecta “Honeydripper” pensando que verá una película sobre la música negra y sobre el nacimiento del rock se equivocará completamente. El dulce crepúsculo del blues, el empuje del jukebox, las salas de baile, las peregrinaciones de los músicos en busca de local y las primeras guitarras con enchufe no son más que una excusa. Porque John Sayles ha venido a hablar de lo de siempre: la lucha agónica del pequeño comercio frente a los monopolistas, la extraña convivencia entre comunidades raciales diferentes, las corruptelas de la autoridad local y la redención necesaria de un error del pasado. En esto Sayles es más repetitivo que la estructura de doce compases pero, de la misma manera que los maestros de blues, Sayles puede extraer sentimiento y verdad en su oficio.

Como en “Rebobine, por favor”, Danny Glover vuelve a interpretar a un propietario de un local amenazado por la quiebra, en este caso, el antro de música en vivo, “Honeydripper”. Recurrirá a la picaresca, a la mentira, al sableo de los ahorros para su hija y a todo lo que esté en su mano para conseguir organizar un gran espectáculo que le salve del compromiso económico. Contrata a un afamado guitarrista para que actúe el día en el que acuden al pueblo los temporeros y los soldados de la base militar cercana, con los bolsillos llenos de su paga. Todo son complicaciones, y las debe ir resolviendo sobre la marcha.

Las relaciones de los personajes son convencionales: el amigo fiel, la mujer religiosa, la hijastra guapa que se aproxima al joven músico recién llegado… Son títeres de unos intereses mayores del autor, pero eso no significa que los personajes no cobren vida, casi siempre gracias a unos diálogos afortunados llenos de humanidad, marca de la casa. Y ojo también a la presencia de Stacey Keach, por siempre conocido como ‘Mike Hammer’.

Y la música bien, gracias. Blues añejo, gospel de barrio, rock primitivo. No se puede fallar, y menos cuando se ha filmado muy cerca de la que fue casa de Hank Williams cuando era un chavalillo. La película se abre y se cierra con unos chicos imitando los gestos de los músicos que les rodean, símbolo de pertenencia a una comunidad y de permanencia de la misma.

John Sayles es como un viejo amigo. Vamos a verle bien predispuestos, nos acoge calurosamente, nos ofrece un rato de conversación sobre lo mismo de siempre pero aportando nuevos matices, y cuando recogemos la chaqueta y nos vamos a casa tenemos la sensación de que el amigo está bien y que tiene cuerda para rato.

* La tierra prometida

* La casa de los babys

* Silver City

* Cine 2008

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Iron Man

“Iron Man” tiene efectos especiales resultones, un mensaje crítico hacia la irresponsabilidad de la industria armamentística, un superhéroe en construcción a la manera de “Batman Begins” y un personaje central con el punto temerario y canalla de Howard Hughes (esta película sí que capta su espíritu, y no la oficialista “El aviador”). Y además, ha aparecido en un momento bajo de la cartelera. Éxito seguro.

El mayor mérito del director Jon Favreau es situar a los oponentes del superhéroe en el paisaje del terror del siglo XXI: escondidos en cuevas en algún lugar desconocido, raptando a ciudadanos para pedir rescate, planeando destruir el mundo civilizado con las mismas armas que las principales potencias les han suministrado. Es en el corazón de las tinieblas y en la más compleja de las circunstancias cuando una persona riquísima y talentosa pero de carne y hueso se convierte en un superhéroe. Pero nunca actúa totalmente solo, sino que siempre hay alguien a su lado que le echa un cable. Esta dependencia, lejos de ser una debilidad del superhéroe, lo hace a la vez más devastador y más humano.

En este sentido, el personaje de Gwyneth Paltrow, “Pepper” Potts, es clave. Ella es en teoría una persona al servicio de Tony Stark, pero no como el mayordomo de Batman, muy respetable pero que no permite la conocida técnica de la tensión sexual no resuelta. Ella se hace necesaria a base de ejercer de jefa de prensa, de espía, de mujer de los recados y hasta de cirujana mientras ve pasar a los amantes de él. A man needs a maid, cantaba Neil Young. Y en este caso, sin ella no hay superhéroe.

Los diálogos entre Robert Downey Jr. y Gwyneth Paltrow, algunas escenas de acción y la presencia de Jeff Bridges hacen que el film salga a flote sin problemas. Entre sus defectos, es bastante previsible, hay demasiado villanito de opereta y las consecuencias de las explosiones son bastante confusas. Eso sí, está en buena posición para que se pueda hacer de ella una secuela (¡atentos al final de los títulos de crédito!).

* Cine 2008

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Elegy

Isabel Coixet se ha especializado en relatar la enfermedad y la descomposición de la carne como en su día Arévalo se convirtió en el referente de los chistes de gangosos. Alguien podría pensar que son extremos opuestos, pero no lo son tanto, ya que ambos estructuran su relato (sea para causar el llanto o para hacer reír) a partir de la sensación de empatía que transmiten las personas que no están en plenitud física, por decirlo de alguna forma. Por supuesto, esto no es malo en sí mismo, pero sí que tiene un riesgo: que si el relato no es lo suficientemente consistente, el cabreo es grande.

Ya dejé claro en su día lo que me pareció “Mi vida sin mí”: una obra mayor. Desde entonces, Coixet ha rodado “La vida secreta de las palabras” y “Elegy”. En estos films, algunos protagonistas deben plantar cara a una muerte que les amenaza de forma prematura, con el consiguiente desgaste para ellos mismos y para su entorno.

Yendo al film que nos ocupa, la trama de “Elegy” no es particularmente atractiva. Un profesor universitario otoñal seduce a una joven alumna. Él (Ben Kingsley) ha esquivado los compromisos siempre que ha podido, y ella (Penélope Cruz) aún está en fase de experimentar con su cuerpo y con sus relaciones sociales. Las diferencias entre ellos llevan a situaciones de fricción (de las que acaban en sexo y también de las que acaban en discusión), convenientemente espaciadas por un amor explicado con retazos de anuncios televisivos (que si juntitos en la playa, que si abrazados en la cama, que si él mirando a la chica como una maja de Goya vestida sólo con zapatos, etc.).

La elección de Penélope Cruz tampoco supone ninguna ayuda. Ya resulta un poco extraño que una madrileña de 34 años haga el papel de una lolita universitaria de ascendencia cubana, pero las cualidades de Penélope Cruz se pierden en un drama de este calado. Además, es un personaje totalmente desarraigado del que nunca vemos a nadie más, aparte del profesor, que la secunda para ayudarnos a definir su carácter. Ben Kingsley bien, como siempre, sobre todo cuando se encuentra con Dennis Hopper, sin duda la relación más verosímil de todo el film.

Concluyo de todo esto que ha llegado el momento de plantarse. La gente que tiene parientes enfermos no necesita ir al cine para que se lo recuerden, y los que tenemos la suerte de no pasar momentáneamente por esta situación no queremos que nos amarguen la tarde. Que alguien mande a Isabel Coixet una copia en DVD de “Los viajes de Sullivan”, con urgencia.

* Cine 2008

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Mil años de oración

Hacía mucho tiempo de que no me enteraba de un estreno de Wayne Wang, y me dirigí al cine guiado por un impulso positivo totalmente alejado de la razón. Recuerdo haber visto “La caja china”, “A cualquier otro lugar”, y sobre todo, “El club de la buena estrella” y “Smoke” (y su proyecto aledaño “Blue in the face”). Apenas sabría describir los argumentos, pero sí una sensación inconfundible de confort.

Viendo “Mil años de oración”, recordé un pensamiento fugaz que tuve hace años mientras veía en una sala de cine “La caja china”: Wayne Wang es el mejor director vivo del mundo en filmar interiores. Con él me siento como en casa. Frecuentemente filma con encuadres estáticos, planos largos, en los que los personajes se desplazan, se miran, interactúan, callan, y el conjunto desprende autenticidad. Wang mima la luz, el espacio, los objetos que están en plano como hacía, por ejemplo, Max Ophuls.

En esta ocasión, Wayne Wang muestra la historia de un padre jubilado que viaja a América para volver a ver a su hija, doce años después. Ella está separada y vive sola, y eso al padre le hace pensar que debe ayudarla para que ella sea feliz. A partir de este mínimo argumento, lo que captura la cámara son pequeños episodios de la fricción de un recién llegado en su nuevo entorno. Como “La ciudad no es para mí”, pero con un viejo chino comunista.

Pero claro, hay algo más. Los detalles que vamos conociendo del entorno en el que se mueve este personaje algo metomentodo ayudarán a clarificar posiciones y a dar la dimensión adecuada a los conflictos de los protagonistas. Así pues, llegamos al terreno en el que Wang se siente fuerte: la observación sutil. Siempre viene a la memoria esa escena de “Smoke” en la que Harvey Keitel muestra a William Hurt las fotos que ha sacado desde el mismo punto cada día. Hurt le dice que son todas iguales, y Keitel le sugiere que las mire más despacio para apreciar la diferencia.

Ayuda a que esta película se haga un hueco en la memoria la interpretación de Henry O. como el padre chino. Y son especialmente ricos los diálogos imposibles que tiene con una mujer iraní que tampoco domina el idioma inglés. Si hay algo que queda claro con este film es que de una comunicación incompleta sólo trae desgracias.

Cine 2008

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