American Splendor
Javi
22:41h
La creatividad es un río que bebe de múltiples fuentes y desemboca en todo tipo de mares. Los hay que necesitan crear un universo propio con reglas autónomas (aunque no por ello menos humanoides) y los hay que intentan, con el pulso más firme posible, calcar la realidad. Dentro de este género están los que articulan una completa cosmovisión a partir del análisis concienzudo del propio yo, en primer término, y la visión del mundo según su estado de ánimo, de fondo. Este tipo de autores tiene el peligro de que su obra padezca de las 3 eses, como se decía en el film de Woody Allen “Celebrity”: ‘simplicista, sentencioso y solipsista’. Hablando en plata: pajas mentales. En el mar de Internet, abundan este tipo de peces. Gente que se cree que tiene el ombligo más bonito, la polla más grande y/o el cerebro más preclaro de la Vía Láctea y de parte de Bellvitge. De todas maneras, es posible que algunos de estos sujetos consigan efectivamente crear algo valioso, a partir de dos principios: honestidad y productividad. Es decir, hablamos del trabajo de personas que aceptan sus limitaciones y que permiten ubicarnos en (nada más pero a la vez nada menos que) su punto de vista, y que, a la vez, sean capaces de generar fidelidad en su audiencia a base de producir de forma más o menos periódica material de buen nivel. Esta es una perspectiva para acercarse a la película “American Splendor”. Otro gancho es, claro, conocer a Harvey Pekar y estar mínimamente puesto en el cómic underground norteamericano desde los años 70. Sin embargo, también se puede ver desde el interés que tiene presenciar otro biopic (¿una constatación de la falta de referentes en la cultura actual?) narrado como un imaginativo docudrama. Porque Shari Springer Berman y Robert Pulcini, los dos documentalistas que dirigen el film “American Splendor” incrustan entrevistas con los personajes reales entre escenas de los personajes ficticios. Son planos de realidad complementarios, que forman un discurso cronológico casi lineal, pero que en algún momento se cruzan entre ellos, y hasta permiten más planos de realidad. Por ejemplo, el mismísimo dibujo del personaje de cómic adopta un papel activo, e incluso los protagonistas de la ficción van a ver una obra de teatro que trata sobre ellos mismos. Todo esto suena muy complejo escrito así, pero visto en pantalla la integración de todos estos elementos se produce de forma natural. Para el buen seguimiento del film son imprescindibles el trabajo de los intérpretes Paul Giamatti y Hope Davis. Están estupendos, tanto que cada vez que aparecen los personajes reales buscas en ellos las características de los intérpretes, ¡en vez de ser al revés! En ese sentido, ver al auténtico Toby Radloff es una experiencia impactante. De todas maneras, lo que queda claro es que “American Splendor” es la historia de un hombre corriente y su circunstancia, la de ser un tipo gruñón atado a su mísero puesto de trabajo que quiere que el mundo sea consciente de su inconformismo utilizando para expresarse el lenguaje del cómic. Es decir: el film trata de un autor en constante diarrea creativa debido a la sobredimensión de sus problemas cotidianos. Pero ese autor existe, y tiene seguidores, luego ha sido capaz de introducir a unas determinadas personas en su punto de vista, lo que ya es un mérito. ... Link (0 comments) ... Comment
La casa de las dagas voladoras
Javi
22:10h
El arte es difuso. Y a veces, desde una postura elitista se intenta vender que la difusión de una determinada obra tiene una relación inversamente proporcional respecto a su aportación artística. Es decir, algo que esté hecho para todos los públicos y para ganar dinero tiene un matasellos que le prohíbe la entrada en la historia del arte. Cuando no hace muchos años íbamos a ver películas de Zhang Yimou que trataban sobre su visión de la realidad actual o histórica china, era casi imposible convencer a alguien ajeno a un determinado mundillo de ir a verla. “Una china, nooo…”, como si incitaras a la gente a ver degollar palomas. Últimamente, sin embargo, es más fácil: “Vamos a ver una de chinos peleando y saltando por el aire a lo ‘Tigre y dragón’”. Bueno, no hay ninguna garantía de que te acompañen, pero es posible que digan algo del estilo: “(No) Me apetece”. ¿Acaso todos los westerns de John Ford son obras maestras? Pues no, la verdad. Ford filmó obras de género con algunos detallitos inteligentes, que es mucho más de lo que ofrece la mayoría, sí, pero que no convierte cada minuto de su filmografía en ambrosía destilada. Ahora Zhang Yimou está, creo, en una época en la que ofrece relecturas de los tradicionales wuxia (filmes de espada y artes marciales), obras de género, películas menores si se quiere, pero muy dignas. La anterior a la que nos ocupa, “Hero”, era un auténtico prodigio visual, sustentado en una estructura compleja en la que el relato de los hechos tenía tanta importancia como los hechos mismos. En cambio, “La casa de las dagas voladoras” parte de una trama mucho más sencilla, pero sus personajes son mucho más enrevesados. Cada uno de ellos tiene cosas que ocultar. Trata de una historia de amor imposible en el siglo IX de la lucha de las dinastías chinas por su cuota de poder. Pero eso acaba por no importar mucho: si hay algo que destaca sobremanera no es el guión, ni tan siquiera la belleza extrema de Zhang Ziyi. Son los efectos especiales. ¡Ah! ¡Acabo de perder lectores! ¡Estoy dedicándole espacio a un film que destaca por sus FX! Sí, estoy convencido de que “La casa de las dagas voladoras” no es nada más que un divertimento intrascendente, pero es que hay tanto talento en él… A modo de entretenimiento, permítanme aplicar el método crítico-paranoico para comentar esta película: Zhang Yimou descubrió a Zhang Ziyi. Nadie la ha sacado tan guapa como él. A ella le dedica sus mejores planos, la viste con las mejores ropas. Y sin embargo, mientras el maestro chino va haciendo sus cosas, ella va por el mundo paseando su presencia magnética, lo que atrae al explotador mundo del capitalismo occidental. Y a Zhang Yimou le entran los celos, y lo plasma en imágenes. Si alguien aún no la ha ido a ver y tiene intención de hacerlo, que considere este párrafo, y después que me diga algo. ... Link (4 comments) ... Comment
Million Dollar Baby
Javi
23:24h
Clint Eastwood. Lo ha hecho. Ya dejé apuntado cuando hablaba de ”Deuda de sangre” que Eastwood se había especializado en el papel de abuelete duro de roer. El hombre que, siendo desplazado por la edad, tiene aún mucho que aportar, ante la incompetencia de la juventud. Eso significaba que la gerontocracia aún podía ser una opción válida. Sin embargo, su última película aporta un nuevo elemento sobre este discurso, a saber, la juventud puede realmente ser receptiva a su sabiduría, por lo tanto, démosle una oportunidad. “Million Dollar Baby” trata de un entrenador de boxeo huraño, cristiano practicante, con nulas relaciones con su hija, incapaz de retener a un buen boxeador desde que comienza a entrenarle hasta que le hace competir por el título. Sin embargo, tiene una innata habilidad: es capaz de curar rápidamente heridas sangrantes que se puedan producir durante la pelea. Pues bien, este personaje acabará entrenando, contra su voluntad en un principio, a una mujer de 31 años que quiere aprender la técnica del boxeo. Esta joven se gana la vida como camarera (ya se sabe, esa profesión que en el cine hollywoodiense equivale a “personaje femenino que busca su oportunidad y la aprovechará a poco que pueda”) y come sobras. Pero tiene algo que sin duda atraería al Clint Eastwood cinematográfico de cualquier época: es tozuda como una mula y tiene suficiente carácter. Cuando llega al gimnasio es sólo una joven promesa más que pega fuerte, pero que carece de cualquier conocimiento de la técnica de boxear. A fuerza de entrenamientos y de repetición de movimientos se va haciendo una luchadora temible. La segunda parte del film es, pues, la que le da dimensión imperecedera. Gracias a titulares aparecidos en diversos medios yo ya sabía cómo acababa la película, pero no seré yo quien contribuya. De todas maneras, puedo decir que la ruptura entre las dos partes es tan abismal como lo podía ser la que hay en “Tú y yo” de Leo McCarey (en blanco y negro o en color, tanto da). Sólo, pues, recalco que “Mystic River” y “Million Dollar Baby” dan fe de que Clint Eastwood está en un momento dulce, dulce. ... Link (3 comments) ... Comment
Oldboy
Javi
19:43h
Hay días en los que una colonia de hombre se la juega y días en los que te apetece escribir algo que rompa y rasgue, que sea capaz de transmitir con precisión sensaciones placenteras que orienten a un hipotético público lector (si es que lo hubiere) hacia la acción. En este caso, picarles la curiosidad sobre una película surcoreana titulada “Oldboy” para que, en caso de que les motive, vayan a verla. Yo ya tengo claro de que algún día formará parte de mi (aún sin empezar) DVDteca. ¿Cómo intentar racionalizar, poner en orden, el magma que trato de contener en mi interior? Si me diera 10 segundos, lo estructuraría así: “En apariencia es una típica película de venganza, pero en realidad trata de cómo un hombre expía un pecado que no sabe que ha cometido”. ¿Y si tuviera más tiempo? La verdad es que se me hace imposible estructurarlo de otra forma que no sea un diálogo. - ¿Por qué he de verla? - ¿De qué va? - ¿Tiene contraindicaciones? - ¿Qué sensación te deja al salir? Y si una vez vista, no les gusta, se aguantan. En materia de cultura no se puede uno fiar de nadie más que de sí mismo. ... Link (0 comments) ... Comment
Sólo un beso
Javi
20:55h
Amar puede ser un problema, de eso el arte nos ha dado muestras muy diversas. El caso está en representar el amor como una erupción interior o como un terremoto exterior. En este último caso, lo más frecuente es que se nos retrate un amor imposible debido a unas condiciones ambientales claramente hostiles. El ejemplo clásico es el de la rivalidad entre Capuletos y Montescos, una tierra estéril para el amor en la que florece, pese a todo, la pasión entre Romeo y Julieta. “Sólo un beso” se enmarca en estas coordenadas. El único hijo varón de una familia pakistaní afincada en Glasgow se enamora de una joven separada que trabaja de profesora de música en una escuela católica. Ambos retozan alegremente hasta que las señales de alarma de cada una de las respectivas comunidades se encienden. Entonces se producen una serie de movimientos sísmicos que los dos amantes tendrán que soportar si quieren seguir juntos. En cierta manera, se produce la confrontación del deseo individual frente a la voluntad de la comunidad. Cualquier colectividad tiende a crear mecanismos para su propia supervivencia, aun a costa de prescindir de los individuos que en su día le otorgaron intención e identidad. Entre dichos mecanismos se encuentra el control escrupuloso de la conducta de cada uno de sus integrantes. Este punto es el que es clave para entender la intención de la película: en esencia, la cultura musulmana y la cristiana tienen pilares muy semejantes, pero ambas han elaborado una cosmología propia que da sentido a la existencia de la comunidad y al papel de sus individuos, pero que no otorga entidad, cuando no desprecia, a los que no comparten esa creencia. El color de la piel es, en esta ocasión, para Ken Loach, un elemento secundario, superado racionalmente por sus protagonistas. Lo que realmente hace daño a la historia de amor, lo que denuncia el director británico, es el totalitarismo de determinadas creencias, que se creen con derecho a gobernar hasta los extremos más recónditos de la vida privada de las personas. No es un tema démodé: parece que la fe vuelve con ganas de querer echar un pulso a la razón. Cuando creíamos que habíamos conseguido arrancar del Estado a quienes creen que su teología es más importante que los derechos de las personas, resulta que otra vez tendremos que fumigar. ... Link (0 comments) ... Comment |
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