domingo, 18. mayo 2008
Honeydripper
Javi
14:02h
Si alguien entra en la sala donde se proyecta “Honeydripper” pensando que verá una película sobre la música negra y sobre el nacimiento del rock se equivocará completamente. El dulce crepúsculo del blues, el empuje del jukebox, las salas de baile, las peregrinaciones de los músicos en busca de local y las primeras guitarras con enchufe no son más que una excusa. Porque John Sayles ha venido a hablar de lo de siempre: la lucha agónica del pequeño comercio frente a los monopolistas, la extraña convivencia entre comunidades raciales diferentes, las corruptelas de la autoridad local y la redención necesaria de un error del pasado. En esto Sayles es más repetitivo que la estructura de doce compases pero, de la misma manera que los maestros de blues, Sayles puede extraer sentimiento y verdad en su oficio. Como en “Rebobine, por favor”, Danny Glover vuelve a interpretar a un propietario de un local amenazado por la quiebra, en este caso, el antro de música en vivo, “Honeydripper”. Recurrirá a la picaresca, a la mentira, al sableo de los ahorros para su hija y a todo lo que esté en su mano para conseguir organizar un gran espectáculo que le salve del compromiso económico. Contrata a un afamado guitarrista para que actúe el día en el que acuden al pueblo los temporeros y los soldados de la base militar cercana, con los bolsillos llenos de su paga. Todo son complicaciones, y las debe ir resolviendo sobre la marcha. Las relaciones de los personajes son convencionales: el amigo fiel, la mujer religiosa, la hijastra guapa que se aproxima al joven músico recién llegado… Son títeres de unos intereses mayores del autor, pero eso no significa que los personajes no cobren vida, casi siempre gracias a unos diálogos afortunados llenos de humanidad, marca de la casa. Y ojo también a la presencia de Stacey Keach, por siempre conocido como ‘Mike Hammer’. Y la música bien, gracias. Blues añejo, gospel de barrio, rock primitivo. No se puede fallar, y menos cuando se ha filmado muy cerca de la que fue casa de Hank Williams cuando era un chavalillo. La película se abre y se cierra con unos chicos imitando los gestos de los músicos que les rodean, símbolo de pertenencia a una comunidad y de permanencia de la misma. John Sayles es como un viejo amigo. Vamos a verle bien predispuestos, nos acoge calurosamente, nos ofrece un rato de conversación sobre lo mismo de siempre pero aportando nuevos matices, y cuando recogemos la chaqueta y nos vamos a casa tenemos la sensación de que el amigo está bien y que tiene cuerda para rato. ... Comment |
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