Greengrass también repite el uso de la cámara al hombro, que tan notables resultados le había dado en “Bloody Sunday” pero que tan poco había aportado a “The Bourne Supremacy”. Aquí vuelve a tener sentido: el espectador conoce más de los hechos que los protagonistas, pero comparte su desconcierto.

El director británico, sin embargo, introduce nuevos matices a su dirección: a pesar de la multitud de frentes abiertos en diferentes lugares, no subraya las transiciones mediante fundidos a negro. De hecho, ni siquiera se toma la molestia de perfilar unos personajes para que nos identifiquemos con ellos. Costaría reconocer a muchos intérpretes aun si nos los encontráramos a la salida del cine. El resultado es que, en tu butaca, no proyectas tu voluntad en la personalidad de un héroe o de un antihéroe, sino que participas de un cierto estado de perplejidad, de angustia.

Pero, a pesar de esto último, el héroe existe, y su nombre es legión, que decía el evangelio de San Marcos. En cierto modo, como en el texto bíblico, asistimos a una suerte de exorcismo, pero en este caso es positivo: un colectivo de personas corrientes, a las que hemos ido entreviendo a lo largo de un periodo breve de tiempo, extraen de sí un espíritu valeroso a sabiendas de que no verán la recompensa a su esfuerzo. De la tripulación y de los pasajeros sabemos lo esencial: que quieren a su familia, que muchos tienen hijos, que tienen proyectos, ilusiones, ansiedades… Malos tiempos, pues, para el mito del héroe individual que salva el mundo (tipo John McClane en “La jungla de cristal”) y para las licencias creativas de los poderes de los superhéroes. Power to the people, no delay. Eso sí, como muestra la escena de la avalancha en el pequeño pasillo del avión previa a la entrada en la cabina del piloto, la masa humana, en el ansia de salvarse, puede ser realmente aterradora. En el otro lado, el del antihéroe, o el enemigo, los datos mínimos: Alá por aquí, Alá por allá, y la desconfianza casi inevitable ante conversaciones no traducidas (en este caso, en árabe).

Y mientras tanto, los controladores aéreos enterándose de dónde estaban sus aviones mirando la CNN o, peor aún, a través de su propia ventana. De donde se deduce que las autoridades han fracasado y que la información al minuto, suministrada a los pasajeros vía teléfono móvil, permite tomar las decisiones correctas. “United 93” es, pues, un film muy recomendable. Sí, se sabe cómo acaba, pero la narración en sí misma es lo que cuenta. Preguntadles si no a la gente que va con frecuencia a la Iglesia.