No, señora, eso es en la otra ventanilla. (...) Esta administración no tiene competencias en esa materia. (...) Señora, que ya somos mayorcitos, el programa político no es un contrato, sólo un compromiso de los elegidos para orientar sus políticas a la consecución de unos objetivos.

Después, claro, mi tarea es la de reavivar en mi madre la confianza en el sistema, haciendo encaje de bolillos para no hablar de la burocracia weberiana ni de Kafka ni del derecho comunitario europeo. Como en todo mercado, si no se vende ilusión, no acuden a tu parada. Si tú compras un pez que hiede, el problema es de tu olfato, no del mercado. No estoy seguro de haberlo arreglado.

Bien es cierto que los expertos en imagen aconsejan sonreir siempre, valorar lo positivo, tratar de dar la sensación a la parte del electorado que te ha votado que te han alegrado el día y que gracias a ese espíritu saltarín tú vas a estar de servicio durante los próximos 4 años para mejorar el bien de la comunidad y todo eso. Sin embargo, en el caso de ayer, aunque todos lo nieguen, todos se me arrimaron. Sin excepción. Los que defendían el título, los que esperaban más, los comparsas que se han crecido, los que se aferran a la gloria efímera de una batalla menor. Aunque no lo digáis, me amáis. Y os esperaré, y lo sabéis.

El magistrado Pablo Burgos de Andrés presidió ayer el primer juicio contra Televisión Española por presunta manipulación informativa. Todo surge por una demanda de CCOO tras la cobertura por parte del ente público de la huelga general del pasado 20 de junio, cobertura que para los sindicatos fue “tendenciosa y desequilibradora”. Alfredo Urdaci es director de informativos de Televisión Española, y sale en el Telediario 2 los días laborables.

El juez admitió como prueba las cintas presentadas por ambas partes sobre los telediarios emitidos en TVE el día de la huelga general. Pero advirtió que tenía el vídeo “escacharrado” y planteó la posibilidad de que se le suministrara en otro soporte para “verlo en el ordenador”. El juez rechazó recurrir a un vídeo prestado y anunció que vería las cintas en el de la Sala de lo Penal. “Espero que no se extravíen”, remachó.

O que se confundan con alguna snuff-movie. La cursiva está sacada de El País del 23 de mayo de 2003.

No tengo ninguna simpatía por la obra de Marilyn Manson, un tipo avispado que amalgama tics de Iggy Pop y David Bowie con una imagen inconfundible. Si alguien me pidiese que buscara mi cinta de "Antichrist Superstar" lo pasaría mal. Sin embargo, no me cabe en la cabeza que se pierda tiempo en un debate municipal para prohibir conciertos. Y encima con la iglesia metiendo una vez más su mano secular. Demasiado para mí.

Un caso similar es el del libro Todas putas, sobradamente comentado en el weblog del gran Jaime. El consejero delegado del Grupo Planeta, José Manuel Lara Bosch marca las diferencias entre editar algo y estar de acuerdo con lo editado. En el segundo supuesto, allá cada uno con su moral y sus principios. En el primero, lo que se hace es lanzar un tema para el debate público o lanzar un producto para el consumo y disfrute privado: las técnicas de promoción dirán cuál es el camino más rápido para vender.

Porque, a ver, ¿a quién hemos de confiar la tarea de selección de lo que merece ser publicado y lo que no? ¿Sólo a los editores, supuestos tiburones que huelen el dinero a kilómetros prescindiendo de otros criterios más perdurables? ¿A los aprendices de San Pedro del cielo moral? ¿O a unos supuestos críticos? Porque esa es otra. Hoy Jesús Bonilla, en el suplemento de El Mundo "El Cultural", publica una carta abierta dirigiéndose a los críticos españoles que sugirieron al público, refiriéndose a su reciente film El oro de Moscú, un rápido "¡Evítenla!". Bonilla desea la crítica constructiva, se queja de que todo lo que no sea Woody Allen no merezca ni media sonrisa de los críticos, y reivindica que los dos millones y medio de personas que han pasado a ver su película sí la han entendido. Yo ni he visto el film ni soy crítico, ni falta que me hacen ambas cosas, pero, desde mi punto de vista, la única frontera que tiene el arte es la ley, y para sancionar hechos, no ideas. Cuando la obra salga, que cada uno extraiga de esa pieza artística los usos y gratificaciones que crea convenientes. Incluso no ir al concierto de Marilyn Manson, ni comprar el libro de Hernán Migoya, ni pagar la entrada de la peli de Bonilla, pueden producir satisfacción. La de decidir por uno mismo.

No hace falta explicar que los versos más vendidos son aquellos con los que se pretende estimular la pasión en la persona amada. Algunos son zafios, otros directamente están perpetrados por poetas por necesidad (en estado de euforia, el amante sería capaz de cazar un león con un tenedor si con ello atrae la atención de la persona amada), y los que más, al ser miembros bellos arrancados de una estrofa sublime, se ven desvalidos y frágiles ante la necesidad de llamar la atención por su inmediatez cuando nunca fueron pensados para ello.

Después, los versos de desesperación existencial también tienen su público. Curiosamente, por algo será, los compradores de uno y otro tipo de versos no coinciden. Los de este segundo tipo buscan abismos a los que asomarse, preferentemente si tienen barandilla. Al fin y al cabo, si pagan es para escoger el grado de intensidad de la emoción, y si tiene vía de escape, mejor.

Finalmente, algunos versos son slogans o hallazgos de la publicidad. Están un poco apartados, pero rebuscando un poco se pueden encontrar. "Busque, compare, y si encuentra algo mejor, difúndalo". 30 céntimos, una ganga.