Here come the warm jets

Brian Eno
Here come the warm jets

Yo tengo un prejuicio sobre Brian Eno. Es ese señor que hace música para aeropuertos, ascensores, salas de espera de dentista, supemercados, el metro y otros lugares idóneos para practicar el noble arte de la lobotomía. Por eso, al escuchar por primera vez este artefacto, comprendí una vez más que no hay nada mejor que experimentar las cosas por uno mismo antes que repetir como un loro las opiniones de terceros, por mucha autoridad que tuvieran.

Y es que sólo hacen falta dos segundos del primer tema para darte cuenta de que los tiros van por otro lado. “Needle’s in the camel’s eye” (prodigioso título de ecos bíblicos) saca la guitarra a pasear con energía y distorsión. Diantre, casi creo oir “I’m waiting for the man”. La letra suena bien, por cierto, pero parece que Eno estaba más contento con la sonoridad de las palabras que con su significado. A quién le importa qué dice. “The Paw Paw Negro Blowtorch” es digno del mismísimo Bowie, que por aquella época debería padecer la mutación de Ziggy Stardust. Efectos juguetones, melodías vocales encantadoramente crispadas, y un tono pop irresistible que no hace ascos a experimentar. Y enlaza perfectamente con el principio de una de las canciones más inimitables de la historia de la música popular: “Baby’s on fire”. La chica está ardiendo, mejor tiradla al agua. Con ese efecto que ubico más en una nave espacial que en cualquier ámbito terrenal, una poderosa percusión, una interpretación chulesca y una melodía sencilla, se crea el clima, que te clava a la cruz de los incrédulos con una guitarra a la vez potente como la de Satriani y dulce como la del buen Santana. No sé, escuchad el tema y ya me diréis con qué lo podéis comparar, ya veis que yo he fracasado.

“Cindy tells me” es una canción que casi me atrevería a decir que tiene tema: mujeres que escogen vivir solas y que, en la confusión de su libertad, se vuelven vulgares y tal vez quieren recuperar todas aquellas cosas de las que habían dispuesto antes. Este tema casi podría haber ido a parar al “Transformer” de Lou Reed, pero Reed no juega. Y Eno sí: “Driving me backwards” empieza con un piano fantasmagórico, grave, y con Eno pegando unos gritos a lo Bowie que espantan. Un tema especialísimo, aunque no signifique nada. Tras la voz, se oyen disonancias, ruidos sin un origen claro, sin seguir una melodía precisa, inalcanzables y sugerentes como cuadros no figurativos. “On some faraway beach”, comparada con la anterior, es una canción de horario infantil, con una melodía de piano más accesible, acompañada de unos coros lejanos, tanto como los planes del protagonista de la canción sobre el momento de su muerte.

“Blank Frank” es la locura. Trata de un personaje temible, pero es más interesante otro aspecto. La potencia instrumental que resuena en su interior sólo la he encontrado en “Sailor’s tale” de King Crimson. Indescriptible, es de esos temas que te hace tensar las orejas... ¡claro, si está Robert Fripp! “Dead finks don’t talk” vuelve a ser otro tema que podía entrar perfectamente en la órbita Bowie, esas notas de piano desperdigadas, esas voces dobladas, ¡esos coros! ¿Y ese final loco? Hace buen contraste con el casi místico principio de “Some of them are old”, algo parecido a una canción de amor, o de humor, o qué sé yo. Y sin saber muy bien cómo, ya atacan las guitarras de “Here come the warm jets”, que se apoderan del tema, haciendo inútiles las palabras. Guitarras que inspiraron el título del álbum, no digo más. Un lento fade-out nos va haciendo más dura la despedida: sí, la magia se acaba. Brian Eno ha parido el LP más vanguardista del glam-rock, o el más petardo del art-rock... en fin, ha parido un enorme disco pop, y si no me gusta lo que ha hecho después, pues me aguanto. Pero a cada cuál lo suyo: “Here come the warm jets” es obra de un genio.

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Swordfishtrombones

Tom Waits
Swordfishtrombones
Percusión y voz rasgada se convierten en puñales suavizados por una línea de guitarra. Waits empieza fuerte su disco llamándonos la atención sobre un lugar que ha encontrado, que está ahí debajo nuestro, que hay un mundo en marcha “Underground”. La verdad es que Waits se sigue aprovechando de la curiosidad pequeñoburguesa de conocer los límites de la ciudad, los lugares tenebrosos preñados de misterio y con un cierto peligro, a través de un trobador que cuente las gestas. Y si eso queremos, eso tendremos. En “Shore leave”, la primera persona procede de un marinero en tierra, con su exotismo y su imagen de duro, tema contado más que cantado, que cuando escribe una carta a su mujer se enternece (y así actúa Waits) y confiesa que la echa de menos y que la quiere. Por si estabas ya con el corazón blandito, el instrumental “Dave the Butcher” te sume en un extraño desconcierto, como en un carrusel perverso. Es fantástico, tiene una sonoridad inimitable. Y llega “Johnsburg, Illinois”, piano y voz, emocionante tema sobre el amor a una mujer cuyo nombre lleva tatuado en el brazo.

“16 shells from a thirty-ought-six” es sin duda el tema más accesible de este disco, absolutamente irresistible en su percusión, con Tom Waits dando miedo, un tema malsano y adictivo. Pero... ¡suenan gaitas! “Town with no Cheer” nos introduce en un lugar que nada tiene de atractivo, donde sólo la necesidad es más grande que la tristeza, donde no hay Bourbon para saciar la sed (¡tragedia!), con Waits imponiéndose sobre el colchón de un sencillo órgano en segundo plano. Por eso se produce un cierto sentimiento de nostalgia, desde mi punto de vista, en el tema “In the neighbourhood”, un barrio lleno de penas, molestias y frustración, presidido por una entrañable marcha de batería. Siguiendo en esta onda sentimental, vuelve otra vez la feria de los horrores en formato instrumental con “Just another sucker in the vine”, que se hace cortísima.

El track que sigue sólo puede suscitar veneración: es “Frank’s wild years”, una narración impecable sobre la historia de Frank, su mujer, su pequeño chihuahua llamado Carlos, y cómo un día a Frank le dio por ahí y quemó su casa, y la única razón que se nos da es que no podía soportar al perro. Este es un tema muy representativo de la forma de escribir de Waits, y cuatro años más tarde dio título a un nuevo trabajo suyo. Pero seguimos con el que nos ocupa, con la canción homónima de este disco, “Swordfishtrombones”, que explica la tremenda historia de alguien que volvió de la guerra, rematándola con un demoledor “si crees que puedes contar un cuento mejor juro por Dios que habrías de contar una mentira”. Toma.

Definitivamente, el personaje fue hacia abajo, “Down, down, down”, tratando con el mismísimo diablo, en una canción acelerada que demuestra que Waits se hace fuerte cuando ralentiza su dicción y con ella el tiempo. ¿Una prueba? “Soldier’s things”, con ese piano bar de noche embriagada, que desmorona al comprobar cómo todo lo que hay, tras repasar diversas pertenencias de procedencia militar, es un dólar en una caja

“Gin soaked boy” tiene un magnífico toque blues, con una historia de desengaño, cantada de la forma más canalla posible. “Trouble’s braids”, sin embargo, es un tema de supervivencia casi animal, con un ritmo desconcertante, ideal para la banda sonora de una persecución a muerte. Pero en fin, volvamos al bar, dejemos al maestro tocar el piano, suena “Rainbirds”, disfrutemos otra vez de esa atmósfera marginal, está tocando para ti, bebedor obligado, deja de mirar a esa chica, está esperando a alguien, no se te acercará, y ya puedes ir pensando en cómo volver, puesto que cuando seas capaz de encontrar el camino a casa resultará que quien te espera en la cama tiene los pies fríos y la preocupación en el sueño porque no podéis pagar el alquiler, pero eso no te impide sacar el billete y pagar la última ronda de forma que la chica de la otra mesa lo vea perfectamente.

No soy quién para opinar sobre cuál es el mejor disco de Tom Waits porque me faltan una barbaridad, pero sí que puedo decir que, entre los que tengo, éste es el que más me gusta, por delante del precioso “Blue Valentine” y del crudo “Rain Dogs”. Y a estas alturas está en buena forma.

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Yankee hotel foxtrot

Wilco
Yankee Hotel Foxtrot

“Nadie pensó que haríamos esto. Nadie cree realmente que vaya a salir bien”. “No, has descrito la historia de un éxito”. Este diálogo corresponde al film “Un gran amor”, de Cameron Crowe, y resume el espíritu de muchos proyectos que tratan de abrir camino hacia inciertos horizontes. El fracaso o el éxito de una empresa depende de muchas variables, pero lo que es seguro es que, en el campo de la creación, autoplagiarse puede llegar a ser autoparodiarse, acumular tics. Por eso, siempre son bienvenidas las novedades.

Y a fe que Wilco no estaba entregando un nuevo “Being there”, ni un “Summer teeth”. Esos trabajos ya estaban hechos, y demostraban su pericia en el campo del pop-rock. Pero, como algunos otros trabajos que acabaron siendo clásicos incontestables, no recibió el visto bueno de su casa discográfica y la banda, que compró la libertad de sus propias canciones por 50.000 dólares, tuvo que colgarlo en Internet para ver si alguien se dignaba a apostar por ellos. Se lo quedó Nonesuch Records. Pero toda esta leyendita sería pura anécdota de cervecería de no ser por lo que albergaba la colección de canciones que acabaron conformando “Yankee hotel foxtrot”.

El autor del estupendo “Insignificance”, Jim O’Rourke, se encarga de las mezclas. Y a saber qué demonios debía estar pasando por su cabeza, y por la de los miembros de Wilco, para instrumentar de esa manera la canción inicial, “I am trying to break your heart”. Es una canción pop, de 7 minutos, de letra críptica y con muchísimos ruiditos, melodías soterradas, efectos diversos, que empieza a marcar el territorio: no es un álbum de escucha fácil, y según como, es desconcertante. Sin embargo, no todo suena a vanguardia: ¡“Kamera” al rescate! Un tema ideal para perdedores, presidido por la guitarra acústica, y rematada con una inocente melodía. “Radio cure”, sin embargo, rápidamente te vuelve a sumir en extrañas tinieblas, con un Jeff Tweedy imponiéndose a una instrumentación con predominio de graves, bajo los cuáles se aprecia un colchón de sonidos distorsionados, casi anárquicos. Pero cuando llega aquello de “La distancia no tiene forma de hacer el amor comprensible”, la voz de Tweedy derrite.

“War on war” tiene un punto optimista, un ritmo agradable, para decir “tienes que perder, tienes que aprender cómo morir si quieres permanecer vivo”. Este tema sí que huele a Jim O’Rourke. Y ahora llegan los arreglos de cuerda que dan inicio a la brillante “Jesus, etc.”, con un tono intimista, con una nitidez que parece sacada de otro disco, pero su inclusión aquí es para celebrarla, sin duda. “Ashes of American flags” da más importancia a la batería, pero sigue ese murmullo encantadoramente incómodo de fondo, que esconde una de esas canciones bañadas en alcohol y lágrimas, ideales para cantar entre amigos. Me emociona, de veras.

“Heavy metal drummer” es una de esos temas de “música dentro de la música”, de escasas pretensiones, adorable. Por contraste, “I’m the man who loves you” es más eléctrica, cantada con un tono entre inocente y canalla, un tema que podría haber formado parte tranquilamente de “Summer teeth”. La siguiente canción, “Pot kettle black”, a mí personalmente me estorba, pero tal vez sea porque está en medio de dos temas poderosos: el ya citado “I’m the man...” y “Poor places”.

Porque este track demuestra a quien tuviera alguna duda que Tweedy tiene capacidad para ser uno de los grandes cantantes de nuestros días, que Wilco entienden que experimentar puede combinar con implicación emocional, y que se pueden hacer canciones sin estribillo que te pueden marcar a fuego. Wilco compone la frase de piano más obsesiva del año 2002 tras el “Clocks” de Coldplay. Tras la distorsión final, no apta para todos los oídos, queda el paisaje después de la batalla, “Reservations”, que busca en la confianza en la persona amada la salida a un mundo lleno de autoengaños. Un estupendo cierre al mejor disco publicado en los pocos añitos que llevamos desde que comenzó el tercer milenio. Valió la pena el esfuerzo.

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Grace

Jeff Buckley
Grace

Recuerdo el día en que Nico llegó con este CD por los pasillos de la facultad. Me dijo: “Escucha esto, y cuando lo hayas escuchado lamentarás que este hombre haya muerto”. En algún lugar había oído “Eternal life”, pero no le presté mucha atención a este disco hasta mucho tiempo más tarde. Pensaba que era inmune a las emociones de la familia Buckley. De Tim, el padre, he escuchado dos buenos trabajos, pero nunca he acabado de entrar en su complicado mundo. Y pensaba otro tanto de Jeff hasta que llegó la décima escucha de “Grace”. Cada tema, un fogonazo en mi ánimo. Unos momentos que para sí hubiera deseado Santa Teresa.

Todo empieza con “Mojo Pin”, una especie de “Devórame otra vez” a la anglosajona, sobre la añoranza de la amante por parte de un enamorado ansioso, un Jeff Buckley que juega vocalmente casi como Robert Plant, acompañado de una instrumentación suave hasta el minuto 3’45”, en el que se aprecia una fisura de pasión en esos guitarrazos, que transportan el tema a un nuevo volumen, a una nueva emoción, más teatral si se quiere, pero igualmente plena. Llega la fascinante “Grace”, el tema de los amantes que agotan su pasión, cuando él sabe que su tiempo se acaba, que no tiene miedo a morir pero que todo avanza demasiado lentamente. Quién se lo iba a decir, mientras lanza esos adorables gritos, que ese tema, oído ahora, tendría otro significado. Por no hablar de mi tema favorito, “The last goodbye”. Diversas melodías se cruzan hasta que llega la definitiva, la que marca la guitarra acústica. Y Jeff canta sobre el amor que no pudo ser, el que no pudo superar los obstáculos, aquél que aprecia en el futuro más motivos de tristeza que de otra cosa. Sí, tal vez sea una excusa para largarse con otra, pero dudo que alguien piense en ello si escucha el tema.

Y por si acaso alguien tenía dudas, llega “Lilac wine”. Esos temas en los que la verdad se encuentra en el fondo de la última copa, en los que la embriaguez nubla los sentidos pero despierta el entendimiento. Con un colchón austero, su voz acariciante hace que el único lugar idóneo para interpretar este tema sea una catedral. Algo que no sucede con “So real”, tema en el que grita como Roland Orzabal (Tears for Fears), y marca los tics que sus imitadores llevarán hasta el sonrojo (léase Muse). Este tema al principio me disgustaba, ahora simplemente creo que desentona. No pasa nada: volvamos al templo, que llega la interpretación del “Hallellujah” de Leonard Cohen. Uno de esos temas que va bien conocer porque muchos plagian sus versos. En voz de Jeff Buckley suenan estupendamente.

Eh, un órgano... ¿más temas de devoción al amor? No, “Lover, you should’ve come over” es de esos temas románticos en los que el exterior es triste y sombrío porque el interior aún lo es más, por culpa del amor insatisfecho. Egoísta, si se quiere, pero por fuerza la necesidad es un concepto individual. Esta canción es de esas que parece que no está, pero que cualquier día te das cuenta de que la estás silbando, por su pausado subir de tono hasta los alaridos finales. Para que no nos excitemos fácilmente, el disco nos vuelve a sumergir en terrenos intimistas, con una adaptación del “Corpus Christi Carol” del compositor Benjamin Britten, que precede a...

“Eternal life”. ¡Que llegan los dinosaurios, corred, apartaos! ¡Cómo me gusta este tema arrasador, sobre todo esos versos que cuentan “cuando tus fantasías son partidas en dos, realmente creías que este camino sangriento se pavimentaría para ti?”, o ese glorioso momento en el que empieza a formularse preguntas y que obligatoriamente me impulsa a gritar, como forma de llegar al máximo placer! Casi Led Zeppelin... Y finalmente, “Dream brother”, gran forma de cerrar un disco, otro de esos temas de calmas y tempestades, que deja a esta obra única como uno de los discos que debió provocar más turbulencias en los 90. Pero la vida de Jeff se acabó cuando el líquido elemento inundó sus pulmones un día desgraciado. Efectivamente, Nico, lo lamento.

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Unknown pleasures

Joy Division
Unknown pleasures

Oh, un batería repetitivo pero no machacón, Stephen Morris. Y ahora un bajo con autoridad, Peter Hook. Y ahora una guitarra que suena algo rasgada. Qué bueno, todos juntos. Ian Curtis hablando del caos de sensaciones que le rodean en “Disorder”, las de una persona entre indefensa e indiferente hacia un exterior inabarcable, fugaz y desconcertante. Pero... ¡qué hermoso principio el de “Day of the lords”! El batería, golpeando más lentamente que antes, goza de más presencia, corta las líneas de bajo y guitarra, las despedaza, y la voz surge desde el fondo de un pozo, dibujando parajes abandonados e inquietantes que finalizan con una desgarrada pregunta retórica: ¿cuándo terminará?

Un fade in nos vuelve a transportar un ritmo lento de batería. Ian Curtis juguetea con sus entonaciones en “Candidate”, dejándonos progresivamente helados ante el horror de saber que los esfuerzos a favor de un candidato sirven para aupar a quien tiene sangre en las manos. Esto nos transporta al caos del principio de “Insight”, del que nos rescata una línea de bajo que se adueña totalmente del tema. ¿Totalmente? No. La letra, sobre el lento ocaso de nuestros sueños, la abulia de nuestra voluntad y el recuerdo de lo que éramos en una pasada juventud, nos vuelve a aterrar sobre cómo hemos perdido el tiempo. Como puente, algo parecido a una batalla de marcianitos que te sume, como oyente, en el mayor desconcierto. Vuelve al final, tras explicar que ya no teme por nada, una bendición digna de los suicidas.

Pero, ojo. Llega la canción con el mejor título posible: “New Dawn Fades”. Buf. Alguien debería invitarle a este señor a un Phoskitos y explicarle que se debería alegrar la vida a los demás. Pero no, si me marcho del micro el bajista se hace el amo, dice. Y Curtis se lanza con una voz cada vez más fuerte para quejarse de que tras los cambios alguien faltó a su promesa, de que él esperaba más y no encontró lo que buscaba. Asombroso tema. Pero aún falta mi favorito. “She’s lost control”. Prodigioso bajo, batería y producción. Imaginaos cómo disfruté cuando veía en “24 hour party people” unas hipotéticas sesiones de grabación del tema. Qué gozada. Porque volverá a perder el control, hasta que no pueda más. Ella, el cantante o yo.

“Shadowplay” es una canción extraña donde las haya. En música y letra, hermosa, y al tiempo indescifrable. “Wilderness” es menos compleja: batería machacona, guitarra de líneas simples, y letra tremenda, sobre cómo viajar y adquirir experiencia te sirven para poder ser testigo de nuevas formas de atrocidad. Héroes sin gloria para noches etílicas en tristes tabernas. Sin embargo, “Interzone” es casi un tema bailable, y sería agradable de no ser por el relato de lo que encuentra, guiado por los límites de la ciudad. Y llega la pausada e inapelable “I remember nothing”: lo mismo pero más cargado. Yo en mi mundo, fuimos extranjeros el uno del otro. Un tema brumoso para cerrar un álbum extraído desde alguna recóndita caverna. Ideal para perderse.

“Closer”, disco que despierta placeres necrófilos en la prensa musical, cuenta con maravillas como “Twenty-four hours” o “Decades”, pero las melodías apuntadas en el disco de debut de los de Manchester lo hacen imprescindible. Pero, como aprendimos gracias a “Murieron con las botas puestas”, las palabras de un moribundo son prueba ante un tribunal. Y claro, qué forma más incontestable hay para demostrar que estás jodido que suicidarte, como hizo Curtis. Hay formas mejores, pero no más incontestables. Algunos lo llaman actitud, como si eso justificara algo. Pierdo el control otra vez...

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