The Who Sell Out

The Who

The Who Sell Out

“Endless Wire”, el primer trabajo de The Who después de un silencio de 24 años, es un álbum digno pero irrelevante. The Who tiene discos trascendentes, entre los cuáles “Sings My Generation”, “Quadrophenia” o “Who’s Next”. Todos ellos contienen auténticos himnos dignos de ser revisados cada cierto tiempo. Sin embargo, “The Who Sell Out” sigue siendo un álbum fascinante con entidad propia.

Pete Townshend, auténtico obseso de los discos conceptuales, quiso hacer una burla (al tiempo que un homenaje) a las emisoras de radio pirata. Para ello, entre canción y canción, intercalaría sintonías y anuncios falsos. El proyecto no se completó del todo y se quedó a medias, pero a quién le importa: para mí constituye un precedente de lo que después, con la participación de los propios artistas, serían los “skits” de los álbums de hip-hop. Pero esto es una larga discusión…

…Así que vayamos a lo que importa. Tras una introducción que ha sido archiutilizada después en multitud de emisoras (la enumeración de los días de la semana entre fanfarrias), suena la poderosa psicodelia de “Armenia City in the Sky”, vigorosa y vanguardista. Los temas de Pete Townshend empiezan con “Mary Anne with the Shaky Hand”, un tema que podría formar parte de un disco de los Byrds o incluso de Love: definitivamente, The Who también formaban parte de la explosión musical que se vivía a ambos lados del Atlántico. “Odorono”, sin embargo, sólo podía ser suya: guitarras pesadas y ritmo pausado para explicar la desventura de una artista a la que le abandonó el desodorante… Tremendo. La siguiente, “Tattoo”, no desentonaría para nada en el “Sgt Pepper’s” de los Beatles: melódicamente intachable, y con gran sentido del humor (sobre cómo un tatuaje convierte a un joven en un hombre).

Tras ese inmisericorde tema sobre el desamor que es “Our Love Was” llega quizá el tema más recordado del disco: “I Can See For Miles”. De él se han dicho muchas cosas, y pongo sobre el tapete la más fuerte, y que creo sinceramente que es cierta: tiene uno de las mejores grabaciones de un batería de la historia del rock. Si a eso le añadimos el doble sentido del tema (la canción explica cómo alguien puede ver de lejos la decepción de su amante, pero en plena psicodelia y con el envoltorio musical ofrecido, podría ser interpretada como un himno a las distorsiones causadas por las drogas), ya tenemos leyenda.

Después de este tema, irónicamente, viene “I Can’t Reach You”: todo lo que viene después, necesariamente, ha de ser de un nivel más bajo. A pesar de eso, es una buena canción sobre el amor imposible. “Relax” es un fruto de la unión paritaria de la psicodelia y de The Who. “Silas Stingy”, con esos teclados y esos coros, parece surgida de un cuento medieval. “Sunrise” es un claro presagio del sonido que The Who desarrollaría plenamente en “Quadrophenia”. Los dos primeros minutos de “Rael 1” podrían colarse sin problemas en un disco de los Beach Boys de la era post-“Pet Sounds”, pero su desarrollo posterior es intransferible de los The Who.

“Glittering Girl” es una canción extraña de narices: cuando todo hace prever una canción típica de The Who de principio a fin, acaba con unas guitarras fieras y un semi-jingle repetido varias veces: “Coke, after Coke, after Coca-Cola!”. Nadie les ha presentado problemas por ello, no como a los Kinks con “Lola” tres años más tarde…

Tras “Melancholia” y “Someone’s Coming”, correctas y sin sobresaltos, la reedición del disco en CD en 1995 (que poseo) incluye 6 canciones extras. Probablemente la más memorable sea “Early Morning Cold Taxi” y la más curiosa una versión rock de “Hall of the Mountain King” (la sección de “Peer Gynt” que silba el vampiro de Dusseldorf).

Pero lo que sobresale de este disco no son tanto sus canciones como la facilidad con la que se oye gracias a esos jingles inventados de Radio London. Lo puedes escuchar una y otra vez y te causaría siempre el mismo efecto: no estás escuchando un CD, sino que estás sintonizando una emisora donde suenan The Who y grandes canciones preñadas de psicodelia que, mira por dónde, también van firmadas por los The Who. Desde cualquier punto de vista, genial.

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Smile

Brian Wilson
Smile

“Smile” está para elevarnos y para curarnos. Desde el principio, con esos coros casi eclesiales a capella, transforma nuestra habitación o nuestro coche en un templo en el que purgar nuestras penurias y recuperar la confianza en algún tipo de armonía universal. Suena “Our Prayer / Gee”, que funciona como una introducción al ya conocido hit “Heroes and villains”. Si bien es cierto que, 37 años después, la voz de Brian Wilson no es exactamente la misma, sería desproporcionado pensar que estamos ante el último acto de patetismo de un abuelote caprichoso. La juguetona “Roll Plymouth Rock” (antigua “Do You Like Worms?”) es probablemente la primera gran demostración de que el disco, a pesar de la inocencia de sus letras, se toma muy en serio a sí mismo: en su ligereza es de una solidez envidiable. La sigue “Barnyard”, más esquemática y recargada con ruidos de animalitos, y “Old Master Painter / You Are My Sunshine”, un interludio. Dos temas leves ante la potencia de “Cabin Essence”, en la que, sobre una melodía de evocación campestre, los coros empiezan a sonar con la potencia de la más antigua y delicada de las lavadoras. La cabeza del oyente se ve arrastrada por una auténtica montaña rusa de sensaciones, que cierran la primera sección en todo lo alto.

El clavicordio que abre “Wonderful” nos devuelve a un ámbito más ceremonial, impresión que no cesa con “Song for Children”, uno de esos temas ba-ba-bá-ba-bá marca de la casa, que progresivamente se va complicando hasta desembocar en “Child Is Father of the Man”, desarrollo oscuro de la canción anterior. El disco encuentra en estos momentos su parte más inquietante, con un piano que parece presagiar algún terror inapelable entre tanta armonía. Suena nuevamente “Surf’s Up”, el tema titular de uno de los mejores discos de los Beach Boys post-“Pet Sounds”. Un tema con multitud de recovecos, de melodías encadenadas que irrumpen y hacen mutis por el foro con gran naturalidad, mostrando como tal vez ningún otro el equilibrio de Brian Wilson entre las necesidades del pop y las ambiciones del músico total.

Empieza la tercera sección, con una introducción un poco bizarra, con “I’m in Great Shape / I Wanna Be Around / Workshop”, que precede a una versión algo casera e irreverente de “Vega-Tables”. Sin embargo, las dos mantienen el tono general, no como la siguiente “On a Holiday”, una de las dos salidas de tono del álbum. Lo digo por ese irritante momento en el que un tema divertido a lo “Roll Plymouth Rock” deja que se le cuele un señor con megáfono que… brmmmm… Pero todo se olvida cuando suena “Wind Chimes”, que también tiene “momento lavadora”, que suena como siempre pero con algún leve ajuste, sobre todo en el papel preponderante de la batería, que empieza a mostrar sus credenciales ante el recital que ofrecerá inmediatamente después. “Mrs. O’Leary’s Cow”, ese instrumental del averno, de guitarras fieras, batería poderosa, sirenas centrifugadas. que recupera los magníficos coros ya grabados para “Fall Breaks and Back to Winter” para elaborar uno de esos temas que proyecta a Brian Wilson a la vanguardia con más fiabilidad que desde Cabo Cañaveral. “In Blue Hawaii”, por bonita que sea, no puede evitar estar entre dos tótems. La ya mencionada vaca y el tema gracias al que The Beach Boys tiene el cielo conquistado, y que no es “God Only Knows”. Me refiero a “Good Vibrations”, que no dura esos escasos 3 minutos que nos dejaban huérfanos de placer, sino que se extiende hasta lo que parece su forma natural. Ya lo dice la misma canción: “I don’t know where but she sends me there”…

Tras pasar por la iglesia, por la granja, por la calle, por el infierno, por Hawai y por la excitación psicodélica, mecidos y alborotados a partes iguales, con Brian Wilson prestando su privilegiado sentido de la música a las letras de Van Dyke Parks y a la tarea inapreciable de un grupo de músicos que no desmerecen a la causa, podemos hablar de un disco triunfal y necesario. “Smile”, eso sí, está anclado en un tiempo pasado, ha salido muy tarde para la industria musical, pero a tiempo para que deje de convertirse en el mayor “coitus interruptus” de la música popular anglosajona. Ya está, ya salió. Me apetece un cigarrito.

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Everybody Knows This Is Nowhere

Neil Young
Everybody Knows This Is Nowhere

A veces, escribir sobre música es mucho más fácil de lo que me parece. Ese arte que consiste en capturar un tiempo armonioso y repetirlo mientras signifique algo para alguien esconde muchas complejidades, pero a veces funciona con resortes muy sencillos. Una prueba de esto es poner en el CD “Cinnamon girl”, dejarse arrastrar por la guitarra eléctrica, cantar la letra y dar palmas siguiendo el ritmo de su percusión. Cuando, en el desarrollo de la parte instrumental de la canción, se oye un “Uuuh!” de Neil Young, te das cuenta de que él lo sabe, de que los músicos lo saben: están encapsulando un momento inenarrable de comunión colectiva en el placer. Y para subrayarlo, se permiten un solo final cuya única intención es, claramente, intentar aprovechar el momento de inspiración, por si salía algo.

“Everybody knows this is nowhere” es una de esas melodías polvorientas que parecen escritas mientras se masca hierba a la sombra de un árbol viendo pastar a las reses. Un hombre quiere volver a casa, al calor del hogar, mientras la rutina diaria le causa hastío y frustración, de ahí el título. De estos temas, Neil Young iba sobrado en su época en Buffalo Springfield: dos minutos y medio y a otra historia.

“Round and round (It won’t be long)” es maravillosa en su ejecución acústica, en la belleza de su polifonía y en la inmediatez de su contenido. Uno de los temas característicos de Neil Young en sus textos es el inminente estallido emocional, el decir he-sufrido-mucho-hasta-llegar-aquí-y-estoy-harto-de-hacer-el-payaso. Su voz en falsete, cuanto más quebradiza, más te implica en su infortunio y más adhesión provoca en el oyente. Preciosa.

“Down by the river” empieza con unos 30 segundos de precisión en las cuerdas. La melodía se verá interrumpida dos veces por sendos solos de guitarra de varios minutos. La canción también es contradictoria desde el punto de vista temático: un hombre evoca bellos momentos y bellos sentimientos que le inspira a una mujer hasta que descerraja con “Abajo en el río disparé a mi chica”.

“The Losing End (When You’re On)” es una de esas historias de hombres abandonados que se dan cuenta que no pueden vivir sin ellas, y que vagan sin rumbo en busca de respuestas. Un guiño al country-folk y a la canción de gasolinera yanqui.

“Running Dry (Requiem for the Rockets)” es un mundo aparte dentro de este disco. Un violín educadamente chirriante empuñado por Bobby Notkoff nos introduce y nos acompaña por los caminos de una historia de pecado y redención. Una exquisitez, oiga.

El disco se cierra con el tema de diez minutos “Cowgirl in the Sand”. Nuevamente con las guitarras eléctricas como munición, esta vez para poner fondo al cortejo de una linda vaquera. Las palabras, reconozcámoslo, no son el fuerte de Neil Young, pero... ah, cuando los Crazy Horse proporcionan un disciplinado acompañamiento y el maestro se arranca a improvisar...

Este es el resultado del primer encuentro en estudio entre Neil Young y Crazy Horse, que tantos minutos de gloria nos iba a proporcionar. Young estaba en un punto dulcísimo de inspiración (un mes después de la publicación de este disco se uniría a Crosby, Stills & Nash para marcar época), y eso queda en evidencia no sólo ante los intentos vanos de sus imitadores por alcanzar su cima, sino incluso ante los proyectos de él mismo en los últimos años (empieza a quedar lejano el magisterio de “Sleeps with Angels”). “Everybody Knows...” es un compendio de muchas de sus virtudes, y algunas de ellas le llevarían mucho más lejos de lo que él podía prever en aquel mayo del 69.

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Islands

King Crimson
Islands

“Formentera Lady”. La cuerda suena grave. De repente, lo que parece una ceremonia solemne se convierte en una melodía juguetona de flauta. Mariposea arriba y abajo, mientras las cuerdas la acolchan en segundo plano. La voz evoca un paisaje paradisíaco. Finalmente, una sección rítmica nos resitúa en lo que estamos: una canción rock, en la que la flauta recupera la melodía que las cuerdas anunciaban al principio. Todo muy bucólico-pastoril, con una dulce amante de la isla de Formentera al fondo. Hasta se evoca a Ulises. Y cuando el cantante finaliza, sólo queda de su voz unas entonaciones cavernosas, surgidas en segundo plano, mientras los instrumentos crecen de forma aparentemente asilvestrada y salvaje. Una melodía emergente, acompañada de extraños cantos de sirena, te arrastra como si fueran olas que te condujeran directamente a las rocas. Pero esta sensación es interrumpida por un saxo jazzístico. Todo se calla, menos una sección rítmica...

Este es el enlace con “Sailor’s Tale”, o como contar un cuento mediante el jazz. Batería, saxo y guitarra, junto con otros instrumentos de más difícil identificación se lanzan a lo que, aparentemente, es una magnífica improvisación. Pero ésta se interrumpe casi con brusquedad, para iniciar otra melodía y otro ritmo, más pausado. Sin embargo, el mellotron, tras un par de dudas, se acelera por un inevitable efecto Iguazú. Sin duda debe tratarse de la tormenta que el marino sufre en alta mar. De repente, todo se vuelve gigantesco, y la nave en la que vamos va completamente a la deriva, con un ritmo cada vez más veloz, trepidante... Más rápido, más alto, más fuerte: todos los instrumentos a la vez, hasta llegar a algo parecido a un orgasmo traducido al lenguaje musical. Tras la eyaculación, el mellotron recoge la responsabilidad y va bajando progresivamente el tono y el ritmo hasta conducir nuestra nave a algo parecido a un lugar de reposo.

“The Letters”: “La semilla de tu marido ha alimentado mi carne”. Tremenda exposición de una amante, expuesta con voz suave. Pero...a algún músico le pisan un callo y empieza a sonar un saxo potentísimo. Poco a poco, suena otro saxo, mucho más suave, pero de intensidad creciente, con una batería claramente cambiante, hasta que este último saxo empieza a enloquecer. Los instrumentos callan un segundo para que la voz, ahora sí, gritando, exponga la adecuada y mortal respuesta: “...lo que es mío que era tuyo ha muerto...”.

“Ladies of the Road” sería, si le ponemos imaginación, la canción en la que los Beatles más se han aproximado al jazz. Ese estribillo polifónico podría pertenecer al mejor McCartney, y el desarrollo final de la canción podría ser una toma inexplicablemente descartada de “Abbey Road”. El saxo en este tema es uno de los más seductores que ha dado el rock, hasta que, nuevamente, se descoyunta en un final explosivo.

“Prelude: Song of the Gulls” es un suave y delicioso instrumental, que 30 años más tarde utilizó Bigas Luna para la banda sonora de “Son de mar”. Es una pieza con aspiraciones de poder sonar como música clásica, situada en mitad de un álbum rock con marcado acento de jazz. En cierta manera, parece un pegote, y desde luego no tiene nada que ver con el resto del disco, pero es que son poco más de cuatro minutos y, para qué negarlo, es un tema precioso. Con coda y todo.

“Islands” transmite melancolía, pero sobre todo, la paz que da saberse en casa. Es el final de una odisea auditiva breve pero muy ambiciosa. King Crimson ya tenían un lugar en la enciclopedia de la música popular por el extraordinario “21st century schizoid man” incluido en su prodigioso álbum de debut. Pero, para mi gusto, “Islands” es el que consigue aunar mejor ambiciones y resultados, genialidad y accesibilidad, virtuosismo y melodía. Viva por muchos años Robert Fripp.

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Green

R. E. M.
Green

REM ya había sacado al mercado CANCIONES imprescindibles como “Fall on Me” o “The One I Love” cuando llegó este disco. Pero los descubrí varios años más tarde, como todo adolescente hijo de vecino que escuchó por primera vez en las ondas “Losing My Religion” a los 14 años. Por supuesto, daban ganas de investigar qué había hecho este grupo para llegar a ese nivel de excelencia, y lo primero con lo que topabas era con “Green”. Con un hito.

“Pop Song 89” abre fuego con una canción que sonó en su momento en la convención del partido demócrata. Ahora que se vuelven a acercar las elecciones presidenciales de los Estados Unidos y que el grupo de Michael Stipe pide el voto por dicha formación política, no hay que olvidar que este hecho viene de lejos. La letra del tema es demoledora: las tribulaciones de los políticos intentando recordar los nombres de todo el mundo durante la campaña electoral, para intentar hacerse simpáticos. Todo queda en una mueca burlona, vestida de rock poderoso con unas líneas de guitarra juguetonas e irresistibles. “Get Up” es, si cabe, aún más vitamínico. El tema ideal para tener en un despertador personalizado. Mike Mills te da repetidamente las órdenes, y Stipe divaga sobre dónde va el tiempo mientras dormimos. Y de repente, la melodía se hace añicos y todo se vuelve de cristal. Se recupera la melodía y otra vez a gritar. Te llevan por donde quieran.

Suenan grillos. Es de noche, ¿no? Es el prólogo de uno de los temas más emotivos que REM ha compuesto nunca. Sólo merece ser escuchado en privado, en compañía, y cualquier otra cosa es pervertirlo. “You Are the Everything” te acaricia la oreja, y el pecho se te ensancha. Inenarrable, haced la prueba. Lo que viene después, “Stand”, es otra cosa. Es una canción para corear, empujando a tus colegas con un hombro mientras con la mano libre sostienes una buena pinta. Y además, con ese sprint final uniformemente acelerado aún te vienen más ganas de hacer el garrulo.

La sensación no dura mucho. “World Leader Pretend” es el claro predecesor de “Losing My Religion” y “Texarkana”, joyas imperecederas del disco “Out of Time”. Pero eso llegaría tres años después. “World Leader Pretend” es uno de esos himnos que en su día me aprendí de memoria a pesar de mi escaso inglés. Ahora escucho la letra y... vaya, no acabo de entender muy bien de qué va la lucha. Sin embargo, en esos versos sigo percibiendo urgencia y necesidad: un latido de revolución. Después llega “The Wrong Child”, que pertenece a esa categoría de canciones de REM que al principio no llaman mucho la atención pero que sin darte cuenta forman parte de ti. Se me pone la carne de gallina cada vez que oigo al protagonista del tema preguntarle a su nuevo amiguito: “Dime qué se siente al salir fuera, nunca he estado y nunca estaré”. Y el escalofrío viene cuando describe la llegada de varios críos que corren hacia él: “¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debería hacer? ¿Qué digo? ¿Qué puedo decir?”. La cantidad de veces que he recordado este fragmento...

“Orange Crush” recupera el tono enérgico, y prepara el terreno para “Turn You Inside Out”. El tema de lucimiento del batería Bill Berry, con un ritmo machacón, pero en primer plano, que hace del head-banging una obligación. “No soy el tipo de perro que podría seguir esperándote sin una razón de peso” es el arranque anticlimático de “Hairshirt”, un tema en la onda sonora, que no temática, de “You Are the Everything”: precioso. Después suena una melodía algo sombría para acompañar “I Remember California”, supongo que en las antípodas de las imágenes sonoras sugeridas por The Beach Boys sobre este pedazo de tierra en el límite del continente. Si se trataba de eso, objetivo cumplido. De esta canción me encanta ese final: la guitarra de repente se vuelve luminosa y cálida, en contraste con lo escuchado anteriormente. El disco acaba con un tema sin título, una maravillosa canción de despedida. “He hecho una lista de cosas que decir, pero todo lo que quiero decir es: abrázala y mantenla fuerte, mientras estoy lejos de aquí”.

Conviví con este disco y formó parte de mí aun sin llegar a comprenderlo. Y ahora que sé un poco más, y que sé que aún me queda más por descubrir, sigue siendo esa cinta comprada original que tiene un sitio en mi habitación. Sé dónde está cuando la necesito.

Y un breve epílogo por si algún día la memoria me falla: “Què diran els veïns?”.

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