Antes de responder a esta pregunta, hay que decir en prmer lugar que no se echan de menos a Brad o Cate. La pareja de Aronofsky, Rachel Weisz, tiene ángel y llega a sus 36 años en su mejor momento. Es normal que el personaje de Hugh Jackman esté desesperado ante la posibilidad de perderla, y actúa en consecuencia.

La película es irreprochable desde el punto de vista interpretativo, visual y de banda sonora (Clint Mansell otra vez).¿Por qué, pues, cuesta recomendar esta película?

Básicamente porque es confusa. Aronofsky repite el principio del clásico de Buster Keaton “The Three Ages” con diferente tema: si Pamplinas mostraba el relato “chico conoce chica” en tres épocas diferentes de la historia, Aronofsky hace lo propio con la búsqueda de la inmortalidad. Si el film mudo era más narrativo, “La fuente de la vida” trata de ser más poética. Se supone que el vestuario y el decorado ayudan a distinguir en qué época estamos en cada momento, pero el espectador está obligado a trabajar un poco más de la cuenta, según creo.

Asistimos a las vivencias de una mujer que padece de cáncer en proceso avanzado. Su marido está trabajando incansablemente en un laboratorio buscando algo que pueda curarla. Mientras, la mujer está escribiendo un libro sobre la búsqueda del Árbol de la Vida, que facilita la vida eterna de quien bebe de él. El libro está ambientado en la España de la época de la Inquisición y en la civilización maya. Finalmente, hay una tercera edad: un futuro lejano, de más de 500 años después, del que no es conveniente revelar nada.

Aronofsky tiene talento visual para ubicar elementos en un plano e insuflarles belleza, pero tiene una tendencia excesiva a hacer visible el montaje, la carpintería. Si en obras como “Pi” o “Réquiem for a dream”, la edición de planos parecía ser un personaje más, en “The Fountain” se hace tan molesto como Jar Jar Binks. Lo que al principio parecía una demostración de talento y personalidad, ahora es un tic que aleja a sus obras no ya de la perfección, sino también de la corrección.

Puede ser que la industria le dé una nueva oportunidad a Darren, pero de seguir así pasará de ser un director reputado a ser el señor que acompaña a Rachel Weisz. Que no es poco mérito, ojo.

Durante la primera hora, lo que se narra es extraño pero reconocible: una actriz se dispone a participar en el rodaje de “On High in Blue Tomorrows”. Cuentan que dicho texto está basado en un cuento tradicional gitano polaco. Éste es un remake de un film que nunca se llegó a terminar, porque los dos protagonistas fueron asesinados. Por otro lado, el marido de la actriz es implacable en la detección de infidelidades y en la ejecución de sus consecuencias. Y, mira tú por dónde, se empieza a desarrollar cierta química entre los dos intérpretes principales…

A partir de aquí, se entremezcla la ficción próxima a la realidad, con la ficción dentro de la ficción, con visiones oníricas de la actriz… todo esto montado de forma que la realidad no sólo tiene varios planos, sino que éstos en buena parte se comunican unos con otros, como si se tratara de las puertas dimensionales de “Alicia en el país de las maravillas”. Conclusión: desde el punto de vista de la narración cinematográfica tal como la conozco, se me hace imposible comprender de qué va.

La película dura 172’, casi tres horas. Más de uno podría pensar: dado que difícilmente supondría una merma para la comprensión de la obra en su conjunto, ¿por qué no podemos recortar todo lo que es superfluo y reducirlo a, pongamos, 95’ que incluyan las mejores imágenes? Ah, aquí está el dilema. La habilidad de Lynch para crear planos imborrables y sensaciones que apenas se vislumbran en otros cineastas sigue siendo marca de la casa. No sería yo el que osara meter la tijera. Pues eso es que algo funciona.

Algunas constantes de Lynch siguen ahí. Por ejemplo, el uso que hace de las pistas de sonido. Sórdido, hipnótico, inquietante…. Y esos montajes acelerados de visiones fugaces y gritos desgarradores… Y, cómo no, esas bombillas que dan sus últimos estertores antes de sumirnos en una oscuridad amenazadora… En resumen, todo eso que hace que o la gente se vaya al instante o que se quede atornillada a la butaca hasta el final del metraje.

Quizá mi problema es que no me aportó ninguna novedad. “Mulholland Drive” ya empezaba a revelar síntomas de autocomplacencia, de confort en determinados códigos que tal vez desconciertan al resto de los mortales pero que Lynch domina. Se podría decir que hay momentos antológicos, como por ejemplo la serie del matrimonio con cabezas de conejo o la escena de Laura Dern en el Paseo de la Fama. Pero tal vez no compensen tanto como en otras ocasiones. Tal vez la obligación de los fans de Lynch es exigirle algo más, porque corre el riesgo inminente de convertir sus metrajes en acumulaciones aleatorias de planos vendidas como arte.

El milagro de Eastwood es representar todo esto con imágenes, algunas de ellas imborrables. Pero no vamos a entrar a enumerarlas, puesto que los lectores tienen derecho a dejarse sorprender por Clint. Sí que comento que la película utiliza dos voces en off, a partir de la lectura de las cartas de un soldado raso y las de un general japonés. Salvando las distancias, son parecidas a las de ”Querida Milagros” de El Último de la Fila. Eso sí, hay que añadir la variante japonesa pre-rendición de la obediencia ciega al emperador, cuya única alternativa honorable pasaba por ser el suicidio.

Que en una cinta bélica no se vea al enemigo no es nuevo. Mi adorada “Men in War” (La colina de los diablos de acero) de Anthony Mann ya utilizaba ese aterrador recurso. En “Banderas de nuestros padres”, de los japoneses apenas se veían unas armas saliendo de garitas subterráneas. Pues bien, lo que hace Eastwood en “Cartas desde Iwo Jima” es dosificar estas apariciones del enemigo. La primera es la intimidante vista aérea de la flota norteamericana que se acerca a la isla, al más puro estilo “Troya”. La segunda… ah, no puedo avanzar más!! Lo que cuenta es que el guión utiliza todos los recursos a su alcance para aportar una cierta profundidad a los perfiles de diversos personajes, y en muchas ocasiones lo consigue.

Ahora mismo, aún en caliente, pienso que “Letters from Iwo Jima” es tan buena como ”Million Dollar Baby”. Cuando pase el tiempo, tal vez me dé cuenta de que, en realidad, la incursión japonesa del hombre que interpretó a Harry el Sucio es, en realidad, lo mejor que se ha visto en los últimos años en cine de estreno.

…Lo que no es necesariamente negativo. “Shortbus” es un club exclusivo al que van diferentes personas que tienen problemas y/o necesidades en sus relaciones sexuales. Hay diversas tramas, pero las más relevantes son las de una mujer casada, asesora de parejas que nunca ha experimentado un orgasmo, y la de una pareja gay en el que uno de los miembros quiere añadir a otro hombre a su relación.

Tener o no tener orgasmos no es un dilema de vida o muerte, pero en según qué condiciones puede ser realmente causa de infelicidad y angustia. En esta película se puede ver un catálogo amplio de este tipo de sensaciones. Y eso que el prólogo del film, en el que vemos sexo explícito placentero de diversos personajes, podría hacernos pensar que, si todo el metraje llevara ese ritmo, nos hallaríamos ante una peli X con música cool. Pero el guión toma otros caminos.

Nuevamente el tema de la música vuelve a ser importante en John Cameron Mitchell. Nunca sobrará valorar la calidad de la banda sonora de “Hedwig and the Angry Inch”, con una banda de acompañamiento como Girls VS Boys. En este caso, Yo la Tengo aportan piezas originales a “Shortbus” así como temas ya conocidos, que se añaden a los de otras bandas como The Ark o Animal Collective.

Ante todo lo apuntado, podríamos pensar que estamos ante buenas noticias. Sin embargo, John Cameron Mitchell no puede evitar que en ciertos momentos el film se le vaya de las manos. A ratos hay una cierta tendencia a la acumulación desordenada de planos más o menos provocativos, lo que aporta una sensación deshumanizadora y mecánica a un film que, sin duda, lo que pretende es ahondar en la psicología de unos personajes ansiosos porque no encuentran la satisfacción que buscan.

Por todo esto, el visionado de “Shortbus” provoca la impresión de que el mayor peligro de John Cameron Mitchell es caer en el exceso. Es un talento carismático que necesita autocontrol. Fíjate tú por dónde, otro paralelismo con Almodóvar. Ahora sólo falta por parte del director texano que tenga la continuidad y perseverancia del manchego.

En “Offside”, diversas mujeres tratan de entrar en el campo en el que se juega el Irán-Bahrein, partido de vital importancia para la clasificación para un Mundial. Sin embargo, varias son capturadas en los diferentes controles repartidos por el campo. De esta manera, serán retenidas hasta el momento en el que sean llevadas frente a la Brigada Antivicio, aún con el partido en juego.

El perfil de estas mujeres es muy variado (carismáticas, mojigatas, ingeniosas, mosquitas muertas…), y eso da lugar a todo tipo de situaciones. También hay diversidad en los soldados que las custodian, pero destaca el tratamiento del fastidio con el que los jóvenes que hacen el servicio militar obligatorio deben acatar órdenes que no coinciden plenamente con lo que piensan. Todo esto hace que pasen muchísimas cosas en los 91’ de metraje, sin olvidar el partido de fútbol en sí, del que estamos casi puntualmente informados casi sin disponer de imágenes (sólo a través del televisor de una tienda hacia el final del film).

Los poderes se agrietan. Una de las paradojas de aquellos que ostentan el poder es que basan el secretismo sobre sus rituales en la protección de los que tienen denegado el acceso a ellos, cuando muchas veces este halo de misterio lo que encubre es la propia vulgaridad o incompetencia. El empuje popular, cuyas armas más afiladas son la razón y el sentido común, puede airear estas contradicciones.

No es la primera vez que Panahi denuncia la difícil situación de las mujeres de su país en pleno siglo XXI. De hecho, casi parece que Panahi haga sus películas para que las autoridades iraníes las prohíban. Pero si, por ejemplo, “El círculo” mostraba la cuestión desde un punto de vista trágico, aquí opta por la comedia.

Aún más a favor de este cineasta: hay muchos directores que lo que hacen es plantearnos la historia de varios personajes para mostrarnos una tesis. En esta película, Panahi lo hace durante la primera mitad del metraje, pero poco a poco el interés sobre las peripecias y destinos de los protagonistas se come el terreno. Y es que este director sabe sacar el máximo rendimiento de sus intérpretes. La inmediatez que transmite el uso de la cámara al hombro ayuda a crear espacios y a dar sensación de tiempo real, de vida misma.

Si España no se come un rosco en el Mundial, el cine español tampoco despunta cuando trata de hacer películas sobre fútbol. Como ejemplos recientes, la vulgar “El penalti más largo del mundo” o la estimable pero poco exitosa “Días de fútbol”. Nada que pueda competir con “Quiero ser como Beckham” o “Offside”, sin duda la mejor de las cuatro.