Lo último que se esperaba Pedro, alias Tararo, a la salida de la prisión, era que nadie le estuviera esperando. Se había carteado con su familia, con los amigos que de vez en cuando se dignaban a mantener la correspondencia, incluso con algunas señoritas que ejercían su voluntariado mediante pseudónimos atrevidos. Peca descarada era su favorita, tenía gracia de verdad. Tararo se había construído un mundo imaginario y virtual de buenas vibraciones cimentado en relaciones epistolares. A todos les había enunciado su inminente salida de prisión. Los días precedentes había tenido el pecho henchido de euforia. Sin embargo, en unos segundos, el encanto se truncó: la ilusión de compañía había resultado ser un espejismo. Vio que no valía la pena permanecer allí por mucho tiempo, de pie, y, dado que el viento le daba de costado por su izquierda, emprendió la marcha por el camino de la derecha. Al menos el viento sabía dónde ir.

-No, papá, el cuento no es así...
-Calla, niño, qué sabrás tú. Este era un granjero que tenía una gallina que todos los días ponía un huevo de madera. Gracias a ese huevo, el granjero podía cocinar y calentarse durante un día. Sin embargo, el tiempo cada vez era más frío. El granjero prácticamente no podía salir de casa, así que se la llevó del gallinero hasta la salita.
-¿Y tenían relaciones sex...?
-No me interrumpas. Hacía mucho frío, mucho frío, y el granjero vio que un huevo al día no era suficiente para darle calor. Decidió estimular a la gallina para que pusiera dos huevos diarios, y lo consiguió, pero ni con dos huevos al día el granjero tenía suficiente. Se congelaba, se atería. Así que, en un intento de sobrevivir, decidió coger un largo cuchillo de cocina y abrir las tripas a la gallina, esperando que toda la madera saliera al momento y él mismo se encargaría de gestionarla hasta que pasara el invierno.
-Eso es un crimen de violencia dom...
-Joder, niño, estate calladito ya. Pues eso, que el granjero no halló la preciada madera sino que encontró...
-A todo esto, ¿y mamá?
-... un alien en la barriga de la gallina.

Ya sé lo que estaréis pensando: que por qué tanta prisa, que si era necesario esa improvisación... pues qué queréis que os diga, una vez metido en harina, es difícil contener el impulso. No te haces de rogar mucho, y atacas con las armas que tienes, hayan o no pasado tests previos. Había que aprovechar ese momento, no cualquier otro. Tomorrow never knows. Al fin y al cabo, como demuestran los niños cuando lloran, en algún lugar de nuestro mapa genético se encuentra el chip de la urgencia. El ya-chip. Pues bien, una vez el ya-chip dejó de ser predominante, dejó paso al inquietud-chip, y después al pánico-chip. Lo ves todo, lo oyes todo, estás susceptible, vulnerable. Y el ya-chip, cómo no, escondido tras algún músculo en la región lumbar, mejor oculto que un enemigo de Estados Unidos. La osadía es la punta del iceberg de una masa cobarde.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió pánico. Nuevamente, donde esperaba encontrar protección, no la encontró. Bueno, también es verdad que no supo encontrarla. Y los perros rabiosos estaban dispuestos a eliminarla, y la verdad es que tenía sólo la mitad de probabilidad de salir con vida. ¿Tendría tiempo de llegar al refugio? ¿Existía tal? La experiencia le decía que sí, pero nunca se sabe, todo puede cambiar mientras tú te juegas el pellejo. Y es que sólo un inquilino de la arena del circo romano podría compararse con la vida azarosa, temeraria y sobresaltada de una ficha de parchís.

No hubo año en el que se suspendiera la festividad. Al fin y al cabo, no hacía falta sacar a la imagen en procesión, ya que todo el mundo podía ir a verla, tocarla, e incluso, previa autorización, cargarla con los dos brazos, en cualquier momento del día. De lo que se trataba era de que todos compartieran por un día los sentimientos de los fundadores y reflexionaran sobre ellos. En esa reunión remota de la que todo el mundo guardaba la memoria, por vía oral, escrita, escultórica, pictórica o de cualquier otra naturaleza, se establecieron los fundamentos que caracterizaron la convivencia de la comunidad durante siglos. Y ahí, como testimonio de los acontecimientos, se encontraba la imagen. Como llevar a hombros los ataúdes de los fundadores era un engorro, porque pesaban como muertos, decidieron, en un alarde de ingenio, sacar la imagen de quien les acompañó, silencioso, en esa reunión. La devoción por la imagen creció a lo largo de los siglos, y se edificaron construcciones para homenajearlo, en forma de seta, donde se celebrarían los grandes actos de la vida de los miembros de la comunidad. Por lo tanto, todos los que eran considerados como hombres y mujeres de la comunidad veían en la imagen la representación del espíritu colectivo que les unía con los suyos en pos de los logros de la convivencia. Qué mejor forma de recordarlo que celebrar, cada año, una gran fiesta en la que todo el mundo pudiera tocar la imagen, cuidadosamente limpiada y restaurada, del enanito de jardín.