Antes, por lo menos, podías decir que habías traicionado algún precepto de la marina, formabas parte de un bando que había perdido, habías robado en las bodegas o habías estornudado en el plato del capitán. Motivos todos ellos merecedores de la pena de muerte, salta a la vista de cualquiera.

Ahora, por muy bien que lo hagas, te envían de todas formas al paro sin miramientos.

Mi mierda está esparcida por ese pequeño cercado. En un sentido físico: a través de una manguera enviábamos el contenido de nuestro pozo muerto a los surcos de su campo.

Algún día me había levantado más temprano de lo debido (también porque me había acostado más tarde de lo recomendable) debido al choque de su azada con las piedras del mini-viñedo.

Ahora mismo veo desde mi ventana ese terreno en el que emerge la maleza con intenciones asesinas y de conquista. El blanco de la pared exterior del trastero empieza a desprenderse y deja ver su pellejo de obra vista. Los bidones recogerán agua de lluvia hasta que se llenen, no habrá nadie para regar con ella la tierra cultivada. Supongo que pronto serán abrevadero de alimañas, de ésas que después cagan en nuestro césped.

En el campo aprecias más la acción de los demás en beneficio (o perjuicio) de la comunidad. En los pisos-dormitorio sólo captas presencias ajenas si éstas alzan la voz.

Nuestra comida familiar ha sido bastante plácida, hasta que han empezado los comentarios despectivos dedicados a los trabajadores extranjeros que empezaban con la famosa coletilla del "Yo no soy racista, pero..." y lo que os podáis imaginar.

A mí me gusta discutir por deporte, y la verdad es que los tópicos nunca me han parecido una fuente fiable de conocimiento, como ya indiqué en el comentario de "Una casa de locos". Así que, como cuando era niño y me hice del Barça para llevar la contraria a mi familia madridista, volví a dar rienda suelta a mi naturaleza.

Hay varios puntos a considerar. El primero, las experiencias concretas negativas que tenían mis interlocutores con gente de diversa procedencia geográfica foránea. Yo no creo que haya ninguna nacionalidad intrínsecamente vaga, desagradecida, trabajadora o buena gente. Los ejemplos que me han explicado, siendo desagradables, no me justifican las puyas que me han clavado los que se supone son de mi mismo origen. No es, pues, un argumento válido.

Otro tema es el típico "No se adaptan a nuestras costumbres". A lo que yo he respondido que me parece muy bien que no se adapten a nuestras costumbres. Lo que ya no estoy de acuerdo es que se salgan de nuestra ley. Si la ley obliga a escolarizar a los niños y niñas hasta una determinada edad, ha de ser así. No valen excepciones (sin justificar de acuerdo con la ley). Otra cosa es que vayan con una ropa u otra, celebren otras fiestas o visiten diferentes edificios a los que nosotros visitamos. Yo no digo nada de los que van dos veces al mes a los campos de fútbol. No tengo por qué estar de acuerdo, pero es su vida y su tiempo.

Por último, está el tema de la escolarización. El hecho de que los hijos de inmigrantes vayan a escuelas públicas mientras los padres de los hijos de aquí creen que llevando a sus retoños a la privada estarán mejor educados porque las clases con hijos de inmigrantes, por lógica, irán más lentas (pongamos este argumento como el menos ofensivo).

Esto yo lo considero un problema de primera magnitud. Hay una necesidad de profesores de refuerzo, por un lado, y gente en paro, por otro. Se pide a los españoles que tengan más hijos pero a los padres no les sale a cuenta tener a más de uno por los altos costes de educación, por no hablar de la escasez de guarderías o de la falta de apoyos a las mujeres que se quedan embarazadas.

Y en el horizonte, la esperada bancarrota de nuestro actual sistema de pensiones y la NECESIDAD del país de acoger manos trabajadoras inmigrantes porque no habrá bastante con las de los paisanos.

La verdad es que, con buen criterio, preferí tardar más tiempo de lo necesario en sorber el café, dejar hablar y desfogarse a los demás y dejar el terreno llano para la entrañable y tradicional partida familiar de bingo.

No fue mal: invertí 5 euros y gané 6. Ha sido una feliz comida de navidad.

And me? I just don’t care at all...

Cuando despertó, se vio encerrado en una oscura choza. Había llegado a un lugar civilizado, estaba eufórico. Intentó emitir sonidos. Paradójicamente, tenía la boca seca. Se incorporó lentamente, controlando cada paso como si el suelo, aparentemente plano y sólido, tuviera la intención de hacerle caer. Salió al exterior. Un niño armado con una lanza empezó a dar algo parecido a señales de alarma, hecho que motivó la aparición inmediata de adultos en actitud poco amistosa.

Robinson saludó, pero no le entendieron. Un indígena con pinturas en la cara le mostró una piedra que tenía una inscripción casi cincelada y pintada de color rojo sangre de cervatillo, y señaló a Robinson y a la piedra alternativamente. Robinson hizo gestos como de que no tenía lo que le pedían, o al menos eso pretendía, no tenía garantías de que sus gestos fueran comprendidos. Eso sí, llevaba aún un reloj sumergible que, por un instante, deslumbró al indígena líder, lo que provocó su inmediata confiscación.

Como podéis imaginar, Robinson, como un "sin piedra" más, fue expulsado de la isla en una barquichuela que sólo flotaba algo más que un barquito de papel en la bañera de un bebé.