Desplazo tobillos, doblo rodillas. Gente cada vez más animada a mi alrededor. Serpentinas extemporáneas. El cotillón como resto de serie del resto de serie. Bailes agarrados para ritmos frenéticos. Dining-dinininining-dinininining-papápa-papápa. Estoy en la fábrica pero no hay paga extra de Navidad. Es más, entrar me ha pellizcado el salario. Yo también pellizco. Por deporte. Me gritan en los oídos. FIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Acople. Como cuando en "El pianista" cae la bomba al lado de Szpilman.

Fíjate en su pelo. Alta como yo. Pelo castaño que llega hasta su insolente pantalón, que osa apretar sus formas. Cómo no, inicio de operación "reconocimiento de fachada". Desplazamiento lateral. Deslumbramiento. Una columna, qué mal situada. Trazo una curva y busco el otro extremo del diámetro. El centro, sólo de vista, pero aún sin reconocer. Eh, cuidado!!. Golpecito en su hombro, calma. Cuando tú vas.... No more music from the suckers. ¿Dónde está ella? Ah, sí. Grito interno. Es fea y ese que la soba debe ser una compañía tolerada. Pero mira que es fea. En todo caso, como el resto del personal femenino del local, viene con los deberes hechos.

Retirada estratégica. Me enroco tras otro vaso y aprovecho la cobertura del resto de nuestro grupo. Estaré tranquilo, ninguna reina vendrá a amenazar mi defensa. Y por mi retaguardia, no hay peones avanzados, aunque ellas sean muy simpáticas.

Chirriar de oídos. Y sólo dos acordes de guitarra en toda la noche.

Nuestra sociedad de la imagen es una ametralladora diaria de emisión de esos impulsos: muertes retorcidas (terrorismo, crímenes escabrosos) y sexo sublimado (telenovelas o grandes películas que dosifican el encuentro amoroso, tras peripecias diversas, hacia el final). Cuanto más retorcido o sublimado sea lo que veamos, más lo recordaremos. Los crímenes secos o el sexo sin preliminares no sacian, abren aún más el apetito.

Por eso, cuando se habla de la abundancia de violencia y pornografía en los medios audiovisuales a nuestro alcance, hemos de considerar que muchos de esos contenidos están condenados al consumo y desguace inmediatos. Algo muy propio en estos tiempos de usar y tirar.

Y yo creo que, cada vez más, estamos vacunados contra estos estímulos y cada vez nos producen menos efecto.

¿Cuál es la alternativa? ¿Por qué no estimular la validez de conceptos como creación y responsabilidad?

Si no, la alternativa será retorcer el sexo (ya saben: ratoncitos, bolsas asfixiantes, perversiones diversas) y sublimar la muerte (la hipoteca, el plan de pensiones).

Ah, ¿que ya han escogido por nosotros? ¿Y por qué nadie me avisó?