Mensaje en una botella, destinada a Javier Cercas

No sé cómo llegué a esa página: compro un periódico diferente cada día, y los lunes toca “La Vanguardia”. Es una costumbre que hace años que la mantengo, pero hoy no me corresponde abundar en sus causas. El caso es que un lunes, día 13 de diciembre de 1999, llegué a la página 2 del suplemento “Cataluña” de “El País”. Es decir, una página par. No hubiera llegado nunca a fijarme en un artículo que ocupaba cuatro columnas sobre una buena viñeta de El Roto de no ser por la foto que lo acompañaba. Aparecían Stacey Keach y Jeff Bridges sentados frente a la barra de un bar de Stockton, en la escena final de una de mis películas favoritas, “Fat City”. El artículo se llamaba “Contra el optimismo” y... bien, sólo apuntaré que lo recorté, y que fue el artículo 1 de otros muchos que dieron trabajo a la tijera de mi escritorio, y que yo iba recopilando en dossieres de plástico y cuyos datos esenciales iba incorporando a una base de datos informática. Cómo esa database murió en un taller y cómo el disquete de emergencia no cumplió su función forman parte de otra historia.

Recuerdo también que, trabajando de machaca para una productora de televisión, un día empecé a leer una entrevista que venía encabezada por la frase extraída “Pensar m’atabala” (“Pensar me aturde”, podría ser un intento de traducción), en el diario “El Punt”, el 15 de junio del 2000. De su lectura saqué la impresión de que estaba ante un escritor que tocaba con los pies en el suelo, con respuestas que podrían salir perfectamente de una conversación, valga la repetición, en una barra de bar frente a unas tapas. No lo recorté, sino que dirigí mis pasos a la fotocopiadora. Creo que fue en ese momento cuando até cabos y me di cuenta de que ese escritor simpático de la entrevista, que acababa de publicar “El inquilino” y “Relatos reales”, era el autor de “Contra el optimismo”. Por supuesto, guardé la fotocopia, y aquí la tengo, enfrente de mí.

Por qué no me decidí a ir a una librería y hacerme con “Soldados de Salamina” cuando se publicó es algo a lo que aún no puedo responder. No lo hice. El libro fue un best-seller. Se hizo de él una película correctita, todos sabemos por qué. El metraje gana en intensidad cuando se deja de lado la (siempre) aburrida peripecia del escritor en crisis para ir directamente a lo que interesa: la reconstrucción de una historia con base real en un punto distante de la Guerra Civil. Siendo gráficos: menos Ariadna Gil y más Ramon Fontseré, y mucho más Joan Dalmau, y la película hubiera sido más de mi agrado. Al cabo de un tiempo, una publicación local me pidió un comentario de la película “Soldados de Salamina”, mientras que otro colaborador, a quien aún no conozco, escribía sobre el libro. Escribí esas líneas, y también las tengo guardadas, pero no viene al caso copiarlas aquí. Lo que cuenta es que, otra vez, me quedaba a las puertas de leerlo y dejé pasar la oportunidad.

Hasta anteayer. Ahora que sé que, durante las próximas semanas, trabajaré los fines de semana, fui a abastecerme de provisiones a una biblioteca pública. Hacía tanto tiempo que no iba que busqué el carnet de la misma por los lugares más recónditos de mi cartera... y no lo encontré. Tras repasar los CDs y leer tres revistas, dos de ellas musicales, empecé a rondar por las estanterías de libros. Primero fui a los de filosofía. Creí que, para un estudiante de políticas como yo, leerse “La República” de Platón no estaba de más, y lo cogí. Y al encaminarme al apartado de ficción, mi primera intención fue ir a por “Guerra y paz”, pero recordé que la última vez que pasé por la biblioteca parte de los libros habían sido trasladados por falta de espacio, y el de Tolstoi estaba entre ellos. En mi cerebro se produjo un barrido de datos y de repente apareció claramente ante mis ojos el nombre de “Soldados de Salamina”. Llegué hasta donde debía estar y, efectivamente, había dos copias. Pertrechado con Platón, Cercas, Aphex Twin, Air y The Postal Service abandoné la biblioteca, no sin antes poner cara de avergonzado ante el bibliotecario que me sonrió por haber perdido el carnet y por mi excusa barata de murmurar compungido que hacía muchísimo tiempo que no pasaba por allí. “Tienes que venir más”, dijo burlón.

Pues bien, hará unos veinte minutos que acabé de leer “Soldados de Salamina”. He reconocido en él el estilo directo del entrevistado en El Punt, la reflexión a partir de “Fat City” incluida en “Contra el optimismo” y los profundos cambios que David Trueba hizo en el argumento para poder meter con calzador a su pareja de protagonista. ¿Quiero decir que Cercas siempre habla de lo mismo? Bueno, ¿y quién no? Del propio director de “Fat City”, John Huston, he visto doce películas, y en todas ellas se habla de sueños desesperados de personajes condenados al fracaso que, efectivamente, acaban fracasando (menos en una, de la que sólo diré que empieza en 1914, en África Oriental alemana...). Y no por saber qué me explicará quiero dejar de ver cualquier película suya cuando tengo la oportunidad. Sólo quiero comentar, una vez apuntado todo esto, que estoy decidido a leer toda la bibliografía que pueda del señor Cercas, y de esta manera, si alguna vez tengo el honor de encontrármelo, pediré hablar con él. “¿Sobre qué?”, tal vez pregunte. “Just talk”, responderé. Zoom out y créditos.

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Juego al ataque

Es curioso el mecanismo que muchos hombres tenemos implantado en el cerebro. Se llama "transformador del no". Sus más vistosas aplicaciones se encuentran en las citas electorales, donde "no" quiere decir: "tengo X votos que dicen sí" o "hemos mejorado nuestras expectativas".

Sin embargo, las más frecuentes aplicaciones del invento tienen que ver con las relaciones de pareja. Ya se sabe, un "no" significa: "no aún" o "no desistas". Insistimos. Como olas contra el faro. De forma incesante. Y una y otra vez. Y es una marea que no tiene reflujo hasta que se han conseguido unos objetivos.

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Vivir sin el puto miedo de los cojones

Qué bonito florece el cerezo en primavera
Oh, sí
El cuerpo del vecino lo abona bajo tierra

Qué bien se lo monta el conejo con la coneja
Oh, sí
Mientras se les encuentra sitio en nuestra cazuela

Qué gusto el de esas niñas que juegan a la cuerda
Oh, sí
Oculto tras la puerta un maldito las observa

Pero tal vez esté aquí la razón de nuestra fuerza
Oh, sí
Obviar el temor y aparcarlo en la inconsciencia

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Los jodidos siempre llegan mil veces

Y hallábase Miguel Spamoff finalmente en Irkutsk, donde había llegado, cruzando las estepas siberianas y sorteando todo tipo de peligros, con las misivas del zar para su hermano, el Gran Duque. Notó Miguel que en el trayecto su macuto había engordado considerablemente, pero autorrazonó que el motivo de tal sensación era el cansancio del trayecto, y no otra cosa. Por eso, ya en palacio, se preocupó más del vocerío que se producía en la antesala con motivo de su llegada, que de hacer una última revisión del macuto.

-¿Cómo te llamas?
-Miguel Spamoff.
-¿Traes algún pliegue del zar?
-Sí, Alteza.

Y le entregó un mensaje titulado: "Fire your boss". El Gran Duque le devolvió el pliegue al instante. El correo se sintió avergonzado, y siguió buscando en su macuto. Otro pliegue se le cayó al suelo: "An extra $600/month". Cada vez más aturdido, extendió otro que parecía tener membrete noble: "Penis enlargement". Sólo farfulló un "yo, yo..." antes de que le aplicaran, esta vez de verdad de la buena, el hierro candente sobre sus ojos.

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Un momento de biología

Entonces la vi. La información pasó de forma invertida al nervio óptico, que transmitió la señal convenientemente procesada a algún lugar recóndito bajo el cráneo, que a su vez difundió órdenes para que diversas partes del cuerpo se estremecieran, los vellos se erizaran, la lengua se relamiera, y los poros expulsaran sus afrodisíacos e infravalorados contenidos: en suma, el instinto reproductor activó su burocracia. Lo de la idea de matar a su marido vino mucho después, pero qué duda cabe que quiero recordar lo bonito.

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