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Saco del bolsillo el mapa donde estaba indicado el lugar de la cita: me doy cuenta de que he salido por la boca más próxima al restaurante, pero no por la escogida para reunirnos. Vaya.

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Camino hacia la boca correcta. Allí veo a 6 personas. Empiezo a experimentar una sensación de alerta en el cuerpo: calor, hipersensibilidad en las vísceras. Hola, qué tal.

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¿Para qué voy a dar besos y a saludar a quien no conozco, aunque fueran de mi promoción? Adopto esa actitud: besos, abrazos y apretones de mano a quienes conozco, ninguneo al resto.

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Explico: es una cena de una promoción de periodismo. Casi ninguno de los amigos que hice allí ha venido, y casi todos los que están son personas con las que tengo lazos débiles, muy débiles o inexistentes.

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Los que llegan van saludando. No soy capaz de poner nombre a muchas caras, y ello me crea alguna dificultad. Veo a gente que es mucho más alta de lo que yo recordaba.

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A mí me saludan los que esperaba y algunos educados. De repente, uno me aborda. Lleva barba poblada, entradas avanzadas y me trata con familiaridad. No identifico su voz. Tardo unos interminables 4 segundos en encontrar en su mirada la identidad de la persona. El cambio de aspecto respecto al que yo recordaba es brutal. Me cuenta que ha estado en Bosnia y Kosovo y que ahora trabaja para Amnistía Internacional. Cuenta pestes de Jon Sistiaga.

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La tropa se pone en marcha hacia el restaurante. Pienso que al lado de este hombre me lo pasaré bien durante la cena. Acerté.

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Durante la cena sigo respondiendo (y preguntando, hay que ser educado) a la típica cuestión: "¿Dónde trabajas?". Yo aún soy un poco vagabundo en ese aspecto. Los demás hacen creerme que saben dónde están y qué hacen allí y cómo les llena su vida. ¿Se justifican? No sé. Todos tenemos derecho a la fragilidad.

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Varios de los que se sientan junto a mí se levantan de la mesa. Antes de irse, me preguntan si la marihuana está entre mis aficiones. No, muchas gracias.

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Alguien lanza la observación de que los compañeros de la mesa de al lado van muy bien vestidos, ellos, y notablemente enjoyadas, ellas, en contraste con la mesa en la que estoy. Me alegro por un momento de no ser muy observador.

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Delante mío hay un reportero del programa "Línea 900". No le recordaba, la verdad, pero me cae muy bien. Al otro lado, hay un chico con la camiseta del disco de Radiohead "Hail to the thief". A mí me parece un disco mejorable. Empezamos hablar de música, y claro, me embalo. Super Furry Animals, Calexico... al llegar a los Jayhawks soy interrumpido adrede, porque los que están a mi lado no pueden entrar en la conversación. Para crear un canal de comunicación han cortado una emisión que me interesaba. Siempre cedo yo, jo.

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Estoy rodeado de folladores.

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Un tipo se queja de que el tema de Letizia Ortiz esté en todas las conversaciones. Pero es él mismo quien lo ha puesto sobre la mesa. El jamón que como es agotador.

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Como no podía ser de otra manera, se me cae sobre la mesa la sangría contenida en mi copa. Marca de la casa. También lo es una señal agudísima que soy capaz de emitir para irritación del personal, y un compañero pide que la haga. Ni hablar, si acaso en petit comité. Salgo del paso.

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La cena vale 567,10€ para 30 personas. Empiezan a dejar dinero a mi lado. Instintivamente, empiezo a contarlo y me quedo de recaudador. Una vez tengo los 580 euros, voy a la caja a pagar. Al poco viene una chica, no sé muy bien para asegurarse de qué.

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La comitiva quiere irse de copas por los bares de la zona alta de Barcelona. No me apetece: ya llevo dos fiestas en un solo día (vino y cava por la tarde, sangría por la noche), y al día siguiente he de hacer cosas para poder cumplir con mi agenda.

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A algunos los veré pronto. Con otros espero coincidir de vez en cuando, pero sin intención por mi parte de provocar el encuentro. La chica que me siguió a la caja también se va. Avanzamos los dos unas calles. Soy de las personas a la que el silencio le place, pero con ella no. Compartimos un bonito pasado, pero soy consciente que el futuro no nos juntará de igual forma. Suelto un par de frases estúpidas ("Me lo he pasado bien en la cena. He conocido a gente con la que, no sé por qué dinámicas, no tuve contacto durante 4 años de pasillos en la facultad y con la que me gustaría volver a coincidir"). Me odió a mí mismo por unos segundos al sellar una despedida de esa manera. Buenas noches.

¿Cómo hubieran resuelto algunos directores la escena que te planteaste (un marido se pelea con su mujer y agita violentamente a su bebé de tres meses)?. Tras comerme unas buenas tapas, el resultado ha sido el siguiente:


Versión John Ford:

Cinco tipos, pinta en mano, entonan gravemente una canción irlandesa. Víctor McLaglen sale por una puerta y entra en una habitación en la que está su mujer, sentada y con su hijo en brazos. Los amigos siguen cantando hasta que se oyen los gritos de un bebé, que suben de intensidad a medida que van dejando de cantar. Tras unos segundos en silencio, vuelve McLaglen, que escupe una tremenda risotada al tiempo que pega un puñetazo amistoso a un bigotudo despistado. Silenciosamente, los amigos abandonan la casa dejando a McLaglen con sus excusas atropelladas.


Versión Stanley Kubrick:

Un tipo con la cara desencajada, ojos desorbitados, dentadura completa y amígdalas visibles, agarra a un bebé que sostiene débilmente un sonajero. El sonajero sale volando a cámara lenta, y encadena con el plano de una bola de petanca que rueda al ritmo del "Danubio Azul".

Versión Richard Brooks:

La niña de 6 años, narradora testimonial, está disfrazada de botijo, pero escrito en letras enormas en la tripa del disfraz se lee "Paté de salmón". El traje le va varias tallas grande. El padre de la niña entra con violencia en la casa, la pequeña cae al suelo y se le desajusta el disfraz. Queda cegada porque los agujeros para los ojos están fuera de su alcance. Oye golpes y gritos de niño, de su hermano pequeño. De repente, el vecino autista de la familia aparece de la nada para hacer justicia.

Versión Shyamalan:

Un tipo silencioso, compungido porque el Murcia ha perdido ese domingo, llega a la habitación. Su mujer y su bebé le miran largo rato sin decir nada. Encadena con otro plano en el que el hombre va cavilando por la calle. Y así hasta que llegue una criatura sin Graduado Escolar y le diga que él está muerto y que su familia es sólo la propia imagen de su recuerdo.

Versión Wachowski Bros.:

El padre llega a casa, se saca las Ray-Ban y le pide a la madre que instale en el cerebro del niño un programa titulado: "Pañal negro gatea sobre el tatami". Por supuesto, la madre le instala la versión 6.0 de "Cinturón negro en llamas". Varias contorsiones más tarde, la presencia de centinelas enemigos les obliga a dejarse de juegos. Pero, cuando el Arquitecto no mira, el padre, la madre y el bebé se van como locos a practicar con el nivel Experto del "Buscaminas".

Versión Berlanga:

Un hombre que se ata los pantalones con una cuerda, sin afeitar y con cara de haber visto a la Virgen María vender fusiles de asalto, entra en la casa dando un portazo. Desde el exterior, vemos en plano general a una procesión. Al pasar junto a una ventana, se oye un tremendo grito, el cura lanza el crucifijo al aire, los dos primeros porteadores dejan la Imagen en el suelo y salen corriendo tras el sacerdote hacia la casa. Mientras, al alcalde le cuentan que varios feligreses han sufrido un apretón y que debería aprovechar para instalar unos lavabos públicos con perfume a tulipanes como los del pueblo de al lado. Al poco, vuelve el cura con el niño llorando en brazos, y tras él los dos porteadores, con una mujer inconsciente. Las mujeres se santiguan. Por una acequia, el agua se lleva las dos mitades de un chupete.


¿Cómo lo resolverían Lynch, Almodóvar, Leone, los hermanos Farrelly, Kiarostami o Tinto Brass? Cada uno a su manera. Seguro que la forma que hallaste se ajusta tanto a las necesidades de la historia como a tu forma de entender la mirada.