El origen cristiano de la cultura en la que habitamos no debería hacer olvidar a nadie que una de las mayores conquistas de nuestra civilización es la separación formal de Iglesia y Estado. Digo formal porque a efectos prácticos (y si no miremos la declaración de la renta, o el despliegue de medios hecho por TVE este fin de semana) el catolicismo sigue moviendo dinero, como siempre, con los mecanismos y el visto bueno del Estado.

Tanto la Iglesia como el Estado necesitan de estas representaciones con mucha gente para convertir el ritual en la esencia. Y si alguna comunidad sigue los valores católicos al pie de la letra (¿recuerdan los hechos de "La misión"?) o trata de movilizar la opinión pública con intereses distintos a los de los gobernantes, empieza el proceso de demonización de los disidentes por parte de las fortísimas redes de propaganda de las instituciones consolidadas. Disidentes que no son tales. Sólo tienen memoria.