Es fácil reconocerlos. Buscan conversación con gente de rango superior, no importa de qué departamento, mientras el pringado de turno (otra subespecie en la que creo que cualquier zoólogo escogido al azar no tendría más remedio que ubicarme) suda y resuda hasta oler mal mientras hace trabajo doble. Porque el trabajo ha de salir.

Porque si no sale, es peor. El trepa, que como se puede intuir también tiene labia, sabrá justificar de todas las formas posibles que la responsabilidad del fallo cometido no es suya. Toma, claro, una vez más no estabas para fallar.

Porque esa es otra. Los trepas pasan de la gente de su propio rango como de la mierda. Y en el mejor de los casos te sonríen y te dicen: "¿Qué tal estás?". Y tú, viendo una posible fisura en su muro de pereza, respondes: "Aquí, un poco cansado, voy de culo. Por cierto, esto te lo han encomendado mientras no estabas". Y la otra persona coge el encargo como si te hiciera un grandísimo favor y le costara un esfuerzo titánico. Y mientras va a hacerlo, a ti te caen otros dos que le deberían haber tocado al trepa.

Esto pasa porque el pringado es un tipo irracional. Pero claro, tiene justificación: no le llega suficiente oxígeno al cerebro, de tanto agobio que lleva.

Por si todo esto no ha sido suficiente para distinguir a un trepa, ahí va otra pista: cuando una persona tiene los minutos contados en una empresa, puede estar segura de que no recibirá nunca el aliento de un trepa.