domingo, 29. julio 2007
(My Own) Sketches of Spain (2)

JUEVES 19 DE JULIO

Tras un cómodo viaje en avión, la primera impresión que me llevo de Bilbao es mi taxi abriéndose paso por el Casco Viejo a mediodía. Había mucha gente paseando y la escena tenía un punto temerario.

Tras un breve paseo, me siento en un restaurante de la Plaza Nueva justo antes de que el local se llene. Diversos aspirantes a comensales deben seguir buscando. Al atenderme, el camarero se desfoga ante mí porque unas clientas que habían cogido mesa dentro del local la querían fuera aunque la zona estuviera abarrotada, apremiaban para ser atendidas las primeras, y como les incomodaba váyase a saber qué, se marcharon. “Ya pasó”, casi le susurro. Me pido berenjenas rellenas de carne, txitxarros y vino, y sale bien de precio.

A media tarde el sol juega al escondite, y hay viento fresco un poco cargado. Sigo la ría de Bilbao por la cara del Ayuntamiento hasta las torres Isozaki. Se escucha el ruido de las obras que se están practicando en las fachadas de la cara opuesta a la ría. Un poco más allá, también me encuentro que están trabajando en el puente Príncipes de España. Sin saber muy bien cómo, me meto en un solar (en el que se está construyendo la futura Biblioteca Universitaria de Deusto) del que me cuesta trabajo encontrar la salida. Desde el interior de una caseta, tras una ventana enrejada, un supuesto vigilante me increpa por haberme metido en los terrenos de la obra sin casco. Ya podría haber llegado antes, ya, porque estoy a dos metros de la calle y voy claramente en dirección de irme.

Por la avenida Abandoibarra van atletas, skaters, cicloturistas, solos o en pareja. El viento arrecia. A las 18:20 llueven gotas finas con intensidad. Tras visitar la moderna terminal de autobuses, se me ocurre un loco plan: circundar Bilbao. Sobre el mapa parece claro: alcanzar la Avenida del Ferrocarril, llegar a la avenida Askatasuna Etorbidea… Algún bilbaíno ya podrá deducir el éxito de mi empresa.

Veía la inscripción “Masustegui” por doquier: en las pintadas de las fachadas, en los carteles, en las señales de tráfico… En una calle en la que debía girar a la izquierda había obras, así que opté por buscar dar la vuelta a alguna manzana por la derecha, y desde entonces no hice más que subir. Subir y subir, cuestas empinadas y escaleras inacabables entre casas humildes, calles solitarias, ladridos encadenados, melodías magrebíes. No lo sabía, pero estaba subiendo el Monte Caramelo. Al final del trayecto, eso sí, la excelente vista de Bilbao me reconforta al tiempo que me espanta: ¿cómo vuelvo antes de que el sol se ponga?

Pues con el autobús 58. Una conductora muy maja me lleva hasta Atxuri, pasando por zonas de conducción difícil: subidas y bajadas constantes, obras por todas partes, y algún jaleo causado por los usuarios de aspecto marginal. Puedo ir a recoger la chaqueta, que empieza a hacer fresquito tirando a frío.

Tengo hambre. Tras dar una vuelta por el bullicioso Casco Viejo y valorar que el estómago se quería dar una alegría, entro en un restaurante de la calle Jardines que va de exclusivo, al menos por los precios. Tengo la noche caprichosa y me pido una ensalada de queso brie frito, un bacalao en salsa de puerros y lo que llaman “chocolate a muerte” (“To die chocolate”), es decir, un postre que combina diferentes texturas de dicho manjar. Estoy flanqueado por parejas angloparlantes, jóvenes. Imposible no fijarse en la joven que tengo a 45º a mi izquierda: pelo moreno corto y rizado, porte de una joven Sofia Loren, cutis blanco marmóreo, labios empalidecidos y escote bañera. Se dirige a mí su amiga, en un castellano más que pasable: “¿está bueno?”. Se refería al chocolate que yo estaba devorando, claro.

Noche fría en Bilbao. Los murmullos han descendido en el Casco Viejo, la Plaza Nueva agoniza. Varios grupos de jóvenes parecen tener claro dónde van, pero para mi primer día ya he caminado bastante.

VIERNES 20 DE JULIO

A las 6 de la mañana he descubierto que estaba sudando. A las 8:45, más tarde de lo previsto, me levanto con unos fuertes calores. Aún las siento después de la ducha. En fin, motivación, y al Guggenheim!

Para un turista es poco práctico ir a buscar el ticket del tranvía en un cajero del BBK. Prefiero caminar, y me propongo no gastarme ni un duro en el invento, que nunca veo a rebosar, que digamos.

Frente al Guggenheim, 20 de julio

12,50 € de entrada. En el Guggenheim te dan un mando a distancia con auricular en el que te da la bienvenida Juan Ignacio Vidarte, subdirector del museo. No sé si es necesario explicar la obsesión infantil de Frank Gehry por las carpas que compraba su abuela y con las que jugaba en la bañera. Peñazo del subconsciente, oiga. Además, el mando es un incordio: casi te obliga a buscar por entre las paredes el número de la obra, cuando el primer impulso debería ser que la obra hablase (o no) por sí misma. Por si fuera poco, mientras camino, el armatoste brinca a la altura de mis olivas. No pasan ni 5 minutos y ya he decidido cargar con él pero mantenerlo inactivo. A mi alrededor hay todo tipo de público, pero hay una notable presencia de mujeres asiáticas entre 25 y 55 años.

Sigo un camino que tal vez no es el planeado por el museo, de abajo a arriba, de forma que primero veo la exposición de Anselm Kiefer y sus juegos de texturas y rugosidades. Me llaman poderosamente la atención el montaje “The Secret Life of Plants” (ramas, yeso, alambre, plomo y lienzo, en el que se ve unas plantas sobre unas imágenes tomadas de la NASA en las que se aprecia el nombre o número de algunos cuerpos celestes) y una escultura de libros de plomo (que no se pueden leer ni divulgan conocimiento). Ah, y también “Las reinas de Francia” (emulsión, acrílico, óleo, vidrio y plomo, mural oscuro y rugoso con marcos vacíos de reinas ausentes marcadas con sus nombres, desde Basine hasta Marie Antoinette). En global, desarrollo cierta simpatía por el tal Kiefer, me parece estimulante y me encantaría invitarle a algo si alguna vez tuviera la oportunidad.

Me muevo como un animal desatado. En la última planta están las estampas de Alberto Durero procedentes del Städel Museum de Frankfurt am Main. Viendo los grabados de Durero me alegro de no ser dibujante porque si no mi visita a Bilbao hubiera finalizado en el tercer piso del Guggenheim: tal es la bofetada de perfección que recibo. Detallismo, sombras, profundidad de campo, estudiada composición… El error viene de la propia exposición: los títulos de las obras están en negro sobre el fondo oscuro de la pared, y hay que forzar la vista para leerlos.

También hay una exposición titulada “Incógnitas”, un ensayo de una cartografía del arte contemporáneo en el País Vasco esbozada a partir de un cuestionario a 120 artistas. Por supuesto, me fijo en los títulos de libros, películas y CDs de las diferentes generaciones de artistas vascos. A más veteranía, menos títulos. Puede ser porque cuanto más mayor es uno mejor es capaz de definir qué considera esencial… o porque hay menos artistas, yo qué sé.

Tras más de 25 horas en Bilbao, veo la primera txapela. La casi única palabra que he oído hasta ahora en euskera es “AGUR”.

Decido comer en el Guggenheim Bilbao. Suena mucha música 60s y estoy encantado de la vida: “Mellow Yellow”, “Maggie’s Farm”, “Ticket to Ride”…Para comer, ensalada de manzana verde y ave, con matices de mostaza y acompañada de una mezcla de varias lechugas aliñadas, txipirones salteados sobre cebolla caramelizada y una pincelada de tinta negra, y mousse de coco con helado de plátano. Pago un poco más por un vino denominación de origen Rioja, que al fin y al cabo es peleón.

A la hora de sobremesa, me voy al Museo de Bellas Artes. Entrada: 5,50 €. Para empezar, “Kiss Kiss Bang Bang. 45 años de arte y feminismo”. La extensa bibliografía incluye, cómo no, a Virginia Wolf, Simone de Beauvoir, Valerie Solanas, y la cita más reciente es a Lourdes Méndez y su obra “La antropología ante las artes plásticas: aportaciones, omisiones, controversias”. Más que discurso, me llegan impactos: los centenares de mujeres vestidas de novia para una obra de Beth Moysee, el vídeo de youtube en el que un tipo le baja la falda o la camisa a diversas mujeres que pasean por la calle, las muertes de Ciudad Juárez (460, y más de 600 desaparecidas), las imágenes de Cut Piece de Yoko Ono en 1965 y 2003, las impresionantes fotografías de moratones en el cuerpo de Nan Goldin... En un momento veo imágenes de un vídeo subtituladas en catalán, pero han sido copiadas y pegadas de cualquier manera, porque las frases quedan incompletas. En todo caso, la idea general que extraigo es que la cultura patriarcal ha ocultado y minusvalorado la tarea y la creatividad de la mujer.

De la colección pictórica me fascinan varias obras. Por ejemplo, el “Retrato de dama en azul” (1920) de Raimundo Madrazo. La mujer mira a un lado, pero no está ausente, tiene determinación, quizá sólo un poco de cansancio. También el “Caín” (c. 1814-15) de Friedrich Rehberg. En primer plano, Caín se cubre la cara con los brazos, avergonzado o desesperado. En segundo plano, Adán y Eva rodean el cadáver de Abel. Y “San Sebastián curado por las santas mujeres” (1621) de José Ribera, y el “Retrato de la condesa Mathieu de Noailles” (1945) de Ignacio Zuloaga… Hay una obra invitada de Van Gogh, “Campo de trigo con perdiz”, pero he de preguntar varias veces por ella hasta verla. Soy el único que parece detenerse ante el Van Gogh, al menos a esa hora.

La zona de arte contemporáneo, desde mi punto de vista, se mueve entre lo indescifrable, lo obvio y lo romo. Tengo sensación de apelotonamiento. En la “Suite Vollard” de Picasso la luz es demasiado intensa y en algunos dibujos apenas sí distingo líneas y formas. En una obra hay dos bebedores catalanes: uno muy sombreado con barba, el otro apenas reducido a pocos trazos. Ambos, eso sí, con una barretina o similar.

Subo al Funicular para tener una vista parecida a la que obtuve el día anterior, pero casi justo desde el otro extremo de Bilbao. Unos paseantes comentan que hace 30-40 años no se veía la ciudad desde Artxanda debido a la contaminación. El mirador está junto a un parque donde abundan los sexagenarios que buscan tranquilidad. Y la deben encontrar, palabra.

Tras la excursión del día anterior y 5 horas de visita museística, tengo las plantas de los pies al borde de la insurrección. Vuelvo a la Plaza Nueva. Por los costados de Sombrerería y Correo se reúne la gente joven, y por el lado opuesto la clientela es más madura. Me voy con éstos y me zampo una selección de 8 pintxos y una caña. En el primero casi se me cae todo. Le voy cogiendo el truco y cuando llego al séptimo, el más aparatoso y complejo, la materia está dominada. Utilizo los dientes superiores como un rastrillo sobre la parte superior del pintxo hasta que éste ha reducido su dimensión de forma que pueda entrar en la boca sin dificultad.

Algo me está pasando en Bilbao porque hago cosas insospechadas. Con los pintxos aún recientes, me da por subir los 213 escalones de las calzadas de Mallona. Como vivo en un décimo piso, entiendo algo de subir escaleras. A mano izquierda, unos niños juegan en unos campos de fútbol y entonan canciones sencillas: “échale más gasolina, porque le gusta follar en la piscina / y en la cocina / donde hay harina…”. Ah, chiquillos, qué poco hemos cambiado…

De vuelta al Casco Viejo, los locales están abarrotados y las barras copadas con bebidas y conversaciones animadas en grupo. Una retirada a tiempo es una victoria.

SÁBADO 21 DE JULIO

No puedo entrar ni en la Iglesia de San Nicolás ni en la de los Santos Juanes. Vuelvo a subir los 213 escalones y, tras algún que otro equívoco, llego a la basílica de Begoña (la “Amatxu”). Es bonita, con la nave en cuesta arriba, una Virgen bien iluminada y con unos cuadros preciosos en las paredes laterales. Por citar algún fallo, las pocas indicaciones para encontrarla y el molesto hilo musical con fondo de carraca típico de los altavoces de iglesia.

Visito el Museo Vasco, donde se explica qué son los Fueros y lo que representa el Árbol de Gernika. Precisamente en el museo hay una exposición sobre el bombardeo de Gernika el 26 de abril de 1937, primer bombardeo masivo de población civil de la historia. En un artículo del Times del miércoles 28 titulado “The Tragedy of Guernica” leo la expresión “… completely destroyed yesterday afternoon by insurgent air raiders”. Por supuesto, Unidad utilizaba el titular “Nuestro victorioso avance hacia Bilbao”. Abren el claustro para mí, para que aprecie, además de la quietud del lugar, diversos escudos de armas. Subo al primer piso. Cerca de las muestras de alfarería vasca (el vidriado blanco), hay una buena colección de armas (pistolas, revólveres, escopetas, todas ellas inutilizadas, claro) del siglo XIX y XX. Los servicios de seguridad descubren la presencia de un fotógrafo furtivo (no está permitido el uso de cámaras) y le invitan a salir, y a rellenar una hoja si realmente quiere tomar fotos. En el apartado de los oficios, descubro qué son churras y merinas: son tipos de oveja importadas. Las autóctonas son carranzanas y bearnesas, creo recordar. Las razas del lugar son rasas navarresas (de las que se aprecia la carne) y latxas (seleccionadas por la lana y la leche). En el segundo piso se explica el origen de las villas vascas (la primera fue Balmaseda, en 1199: la condición de “villa” suponía la concesión de unos fueros o privilegios de autoorganización) y se expone lo que se ha encontrado en diversos yacimientos que permiten conocer elementos del modo de vida de los ancestros de la tierra. Me sorprende una inscripción que viene a decir que en los siglos IV y V d.C. la gente vuelve a habitar cuevas, “quizá por inestabilidad política y social” o algo así.

La iglesia de San Antonio Abad, cerrada, está junto al mercado, que huele a pescado en sal. En su día, pienso, no estaba mal montado el negocio, pero me pregunta a qué olería en misa… El olor viene del piso de abajo, algo menos concurrido que la planta de la carne y las verduras, pero con bastante trajín y movimiento. Busco el típico bacalao, pero me cuesta, hasta que lo veo por 7,50 €. Lo que más se ofrece es salmón, lubina, bonito y cabracho. Un espacio para el desalado del bacalao está inactivo.

Me había apuntado un restaurante al que ir, un poco alejado del centro, pero al llegar me encuentro con la puerta cerrada y la nota avisando que hasta el 13 de agosto no volverían. En fin, inicio el camino de retorno al Casco Viejo y me planto en el primer restaurante que me parece atractivo Pido berenjenas rellenas de atún y gamba en bechamel de emmental, bacalao con refrito a la bilbaína sobre cama de patata panadera a la txakoli, y una mousse de chocolate blanco. Objetivo cumplido.

Sobre las 17:30, cerca del Teatro Arriaga hay una actuación en directo de una banda que toca ese sonido tan identificable con la música popular moderna vasca mezcla de rock duro, ska y gritos a lo Def con Dos. Prefiero pasear un poco por la zona del Ensanche, repleta de actividad. Tiro el mapa y camino por Diego López de Haro. Llego hasta las proximidades del Euskalduna, y decido que no me apetece una cena potente en el Etxanobe. Subo por las escaleras del Guggenheim con un estilo alegre patentado para subir escalones distantes, bastante espectacular y rápido.

De noche, las voces te guían. A base de txiquiteo, pintxos y rondas cerveceras, la gente está en un lugar hasta que se cansa y se va a otro local. Nada que ver con la práctica barcelonesa, donde con frecuencia la vida nocturna se basa en locales donde pagas por entrar, lo que ata más al personal y perjudica la renovación de caras. La calle Jardines y la calle del Perro son auténticos hormigueros.

DOMINGO 22 DE JULIO

Dosis generosa de churros con chocolate, 3,90 €. Taxi desde el hotel hasta el Termibús, 5,80 €. Bus de Bilbao a San Sebastián, 8,95 €. Es increíble cómo vuela el dinero en verano. Saliendo de Bilbao se ven carteles junto a la autopista: “Ruidos no”, “Autopista fuera”, “Basta de engaños”. La carretera pasa entre pequeños montes en los que los muros de contención son conquistados por el verde, por ramas con impulsos suicidas. El autobús PESA chirría y el piso de la autopista castiga los amortiguadores. Zona de túneles. Cerca de Donostia los márgenes están levantados, removidos, hay piedras y barro informe de obras abandonadas.

Me doy cuenta de que falta poco más de una hora para que cierren el Museo de San Telmo, que no abre en lunes. Al grito de ahora o nunca, atravieso corriendo el Paseo de la Concha por el carril de los ciclistas, del que me tengo que bajar con frecuencia: es domingo y hay muchos. Al llegar hay un mensaje que avisa que se ha cerrado por el avance de las obras de rehabilitación y ampliación. Justo desde ese mismo lunes. Ofrece, eso sí, la posibilidad de citas concertadas en grupo de mínimo 6 personas. Pues nada, se avanza la hora de la comida.

Ensalada con tomate con anchoas en salazón, txangurro al horno a la donostiarra, y ensalada de frutas con gelatina de txakoli. Para beber, vino blanco Palacio de Otaza. Todo muy bueno, precio elevado.

Comparada con Bilbao, en Donostia hay mucho más espíritu reivindicativo de lo vasco. Los padres riñen a sus hijos en euskera, hay gran diversidad de carteles reclamando la unidad de Euskal Herria.

Tanto la iglesia de San Vicente como la de Santa María están cerradas. Tras darme una vuelta por el Kursaal, decido dar la vuelta y pasear por la playa de la Concha como está mandado. Muchísima gente a las 5 de la tarde aun con tiempo nublado. La arena es ideal para la práctica del deporte: lo suficientemente firme para facilitar la verticalidad, lo suficientemente maleable para poder caerse sin hacerse daño o estirarte a gusto. Muchos barcos de recreo en la bahía, cerca de la Isla de Santa Clara.

El Peine de los Vientos está concurrido como un mercadillo. El mar está algo picado. El murmullo del oleaje y la amabilidad de la temperatura, sin embargo, lo convierten en un lugar muy agradable. No es fácil hacer una buena foto de él, puesto que para enfocar el horizonte el muro de piedra está demasiado cerca y la estatua que tiene el mar de frente es la menos reconocible. Por suerte, un mexicano (creo) con conocimientos de gastronomía y arte me hace una foto atractiva.

Junto al Peine de los Vientos en Donostia, 22 de julio

Curiosamente, es visitando los jardines Miramar que percibo por primera vez el olor a mar salado y que detecto la ausencia de avechuchos costeros. El parque es maravilloso, no sólo por la vista de la Playa de la Concha y la de Ondarreta, sino por los jardines en sí, auténticas alfombras verdes con virutas de hojas caducas. Tumbarse a la bartola allí es ideal, aunque el trinar de los pájaros no es suficientemente intenso para vencer al ruido de las motos y coches de las calles próximas. Y en esa especie de rabo de “9” o cola de gato rocoso que está junto al mar concibo varias fórmulas para declararme. Todas ellas me parecen insuficientes, pero el lugar merece la peregrinación de los cursis con clase.

Tras un nuevo recorrido por el Paseo de la Concha, que me encanta, me fijo que hay mucha gente con helados. Saco uno de una máquina expendedora. En alguna habitación del hotel, alguien ha telefoneado a Telepizza. No me lo puedo creer.

LUNES 23 DE JULIO

No me costó mucho asumir que el plan que había diseñado a lo largo del Paseo la noche anterior se iba al triste. Amanecer lluvioso en Donostia. Un poco contrariado, rompo mi costumbre de NO desayunar en el hotel. El ascensor se abre en una planta intermedia y aparece una joven con vestido rojo. De entrada, me pregunta: “Baixa?” en perfecto pijo-catalán. Mi “sí” suena afirmativo, y un poco seco. Fíjate tú: quién se lo iba a decir que la entenderían… su acompañante estaba algo perplejo, pero nada dijo.

Voy al estadio de Anoeta. Subo el paseo Pío Baroja a buen ritmo bajo una lluvia cada vez más intensa. La acera se va estrechando. Mi paraguas y yo tenemos que esquivar cada farola porque no cabría un spaghetto de canto. En el suelo hay hasta una piedra del tamaño de una cabeza. Decido esperar un rato bajo una marquesina, pero a cubierto casi me mejo más. Veo en el mapa que estoy en la Rotonda de Lazkano, así que continúo.

Decido entrar en el centro cultural que hay adosado en Anoeta, mientras la lluvia escampa. Lo primero con lo que tropiezo son con ejemplares de “Rayuela”, “Ulises”, “Guerra y paz”… en castellano. La sección infantil, por ejemplo, sí que está llena de libros y CDs en euskera. El apartado de novela (Eleberria) mezcla indistintamente títulos en ambos idiomas. En el apartado de CDs, no queda nada de Mikel Laboa. Al salir, veo que puedo cerrar el paraguas, pero el sol continúa en huelga. Sigo el curso del río Urumea para llegar desde la plaza Pío XII hasta la Parte Vieja.

Como muy bien. Un timbal de langostinos y aguacate con vinagreta de hierbas frescas, un espectacular arroz cremoso de setas y hongos con crema de foie, lomo de bacalao atemperado con crema de patata ahumada y, cómo no, chocolate en texturas. Vino blanco Viñas del Vero Chardonnay, DO Somontano, notable.

A las 14:30 el sol ya está colgado. Como zapatos, calcetines y pantalones necesitan algún retoque tras la lluvia, vuelvo al hotel. Por cierto, ¿qué sonaba en las recepciones antes de “Shiny Happy People”? Aprovecho para ver una etapa del Tour en la que Haimar Zubeldia tiene un papel muy destacado, hecho que será comentado por los bares y por la gente tumbada en la arena a lo largo de la tarde.

Hay más espacio disponible en la playa. Se forman grupos para jugar a fútbol. Se delimita el terreno con el talón (el piso está algo endurecido por la lluvia, la huella del pie se limita al dedo gordo y poco más), y a jugar! Yendo a un ritmo tranquilo, se puede pasear por la playa de la Concha, ida y vuelta, en unos 45’. Me siento en una piedra mientras me limpio algo los bajos de mi pantalón (sí, el que fue con tejano oscuro ese día fui yo, para no enseñar la herida de la pierna izquierda del Summercase (leer aquí)). Justo en ese momento, un tipo saca la raqueta de playa y una pelotita y practica el frontón cada vez más cerca de donde estoy yo. Decido ir a cambiarme y comerme unos pintxos.

Tras caminar un poco sin criterio, y estar a punto de detenerme en alguna euskotaberna, doy con la Plaza de la Constitución. Como en la Plaza Nueva bilbaína, los bares tienen terraza y los críos juegan. Me pido una caña y varios pintxos. Entre otros, de riñones a la plancha y brocheta de carne moruno, para los que me dan un botecito de tabasco, condimento picante que me aconsejan que use con moderación. Compruebo que podía haber servido de inspiración para el nombre del grupo The Flaming Lips.

De noche el paseo es grato, pero una nube pasajera arroja todo en el inicio de la calle por la que transito, y a la altura del número 11 ya ha parado. El tiempo lo parece guiar la ruleta de la fortuna.

MARTES 24 DE JULIO

Hay 3 autobuses de la Roncalesa en la estación de Pío XII. Uno de ellos me llevará a Pamplona. La estación es estrecha, incómoda y un poco caótica. Efectivos de la Policía Nacional vigilan y esperan acontecimientos. En el trayecto, hay momentos en los que la niebla apenas deja ver los contornos de los montes, hay lluvia, hay sol… Y la tierra empieza a amarillear.

La mejor comida de todas mis vacaciones, sin duda alguna, tiene lugar en el Catatxu pamplonica. Arroz semicaldoso con kokochas de bacalao y gambas, manitas de cerdo en salsa “al estilo de mi abuela” y tarta de queso, a un precio sin parangón.

El trecho caminando hacia el Reyno de Navarra, antiguo estadio de El Sadar, es demencial. En parte porque en un desvío me equivoqué de dirección y di un rodeo mucho mayor del que era necesario. A medida que me iba acercando, las indicaciones de los transeúntes fueron más precisas (a 1,5 km, a 1 km…, alguien dijo no sé qué de una tienda de embutidos que no vi nunca). Paseo junto a un buen puñado de espacios ajardinados, algunos incluso boscosos. Cuando llegué a avistarlo finalmente, lancé una expresión de júbilo y triunfo. Tan solo hay unas pocas casas alrededor del estadio. Deduzco que debe haber alguna parada de autobús por allí cerca, y efectivamente, encuentro la línea 5. Me apeo en la Bajada de Labrit, y subo en dirección al Casco Antiguo.

Caminando desde los corralillos hasta la plaza de toros, a buen paso y sin hacer adelantamientos agresivos, tardo 9’49”. La cuesta de Santo Domingo es bastante empinada, como mi calle, que tiene un 10% de desnivel. Llego al cruce con Mercaderes a los 3’46”. Y Estafeta se hace eterna…

En la calle de la Estafeta de Pamplona, 24 de julio

Llego a la conclusión que Pamplona no se ve en un día. Me olvido, pues, de monumentos y murallas, los dejo para otra ocasión, y deambulo un poco. Me tomo unos pintxos en la Plaza del Castillo. Pido dos porque tenía poca hambre, pero en este caso resulta que el tamaño sí importa: son enormes.

Esa noche me voy al Civican. Un local muy bien situado, con césped en el exterior, coqueto. Una vez dentro, sin que nadie me salga al paso, tomo asiento frente a una estrecha pared blanca donde se proyectará “El circo” de Chaplin, con interpretación al piano en directo. La gente reía y reía como en el show final de “Los viajes de Sullivan”. Al acabar, merecidos aplausos.

MIÉRCOLES 25 DE JULIO

En la Plaza del Castillo hay actividad por la mañana, pero de los servicios de limpieza. Tardo en encontrar un lugar para desayunar un cortado y un croissant. En todas las ciudades a las que he ido este verano me han servido la bollería con cuchillo y tenedor.

El día es muy soleado. Tras 50’ de carrera de obstáculos (como en Donostia, ser peatón parecía ser un pecado), llego a la estación de Pamplona. Si allí tienen un puesto de periódicos, debe ser clandestino. Suerte que tengo un buen libro.

El TALGO sale puntual. Me como un bocadillo de bacon-queso, del que puedo dar fe que olía a lo que se había pedido, pero sabía a váyase a saber qué. Tras terminar el libro, busco los auriculares para escuchar lo que se proyecta en el monitor del vagón, una película sobre un profesor que enseña bailes de salón a alumnos conflictivos. Mi incapacidad para utilizar los auriculares es tan manifiesta que aparece una niña de no más de diez años de algún lugar desconocido y maravilloso para toquetear todos los botones hasta que le digo que, finalmente, podía oírlo todo bien. Estoy tan sorprendido que no recuerdo haberle dado las gracias. Seguramente lo habré hecho. Durante la última hora de viaje, una joven vasca decide retransmitir en directo el acercamiento del tren a Barcelona, para que se entere un amigote que debe ser gilipollas a la vez que un pelmazo, y de paso todo el vagón. El TALGO llega puntual a la estación de Sants. Esa noche duermo en casa. Al desvelarme a media noche, tardo unos segundos en reconocer en la oscuridad a mi propia habitación.

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