“Sabía que tenía una tienda de libros y juguetes antiguos cerca de la catedral de San Juan el Divino, y a veces levantaba algún regalo por medio de la señora Allen. Por ejemplo, un libro con la historia de Robinson Crusoe, al alcance de los niños, otro con la de “Alicia en el País de las Maravillas”, y otro con “Caperucita roja”. Fueron los tres primeros libros que tuvo Sarah aún antes de leer bien, pero traían unos dibujos tan detallados y tan preciosos que permitían conocer perfectamente a los personajes e imaginar los paisajes donde iban ocurriendo sus distintas aventuras. Aunque no tan distintas porque la aventura principal era la de que fueran por el mundo ellos solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas.”

Este párrafo sintetiza bien lo que el lector se encontrará aquí: un relato que gira alrededor de las fantasías de los textos infantiles y sobre la propia consciencia de la libertad. A través del seguimiento de los pasos de una niña, se nos presenta una Manhattan llena de desigualdades sociales y peligros mortales para las jóvenes, pero también como un escenario de maravillas. Por ejemplo, ver bajar de una limusina a Kathleen Turner, actriz bella y famosa en el periodo de la escritura del texto.

La narración sigue a una niña de Brooklyn, Sara Allen, cuya familia custodia una receta de una excelente tarta de fresa. Uno de los hombres más ricos de la ciudad está desesperado porque, de todos los productos de su famoso negocio de pasteles, la tarta de fresa es el más flojo. De camino a casa de su abuela, la niña conocerá a Miss Lunatic, una mujer con pinta estrafalaria pero muy dotada para captar emociones.

Así se define Manhattan: “una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park”. No es, pues, un libro de viajes: es una declaración de amor a las fantasías que la lectura de cuentos abre a los niños y niñas. Y también uno de esos textos que estimulan a buscar la magia cuando está más allá de la zona de confort. “Caperucita en Manhattan” (1990) es una vuelta de tuerca, una puesta al día (finales del siglo XX) de situaciones y personajes conocidos, aunque Carmen Martín Gaite, la escritora, los deconstruye para hacer algo nuevo. Es un relato que puede desconcertar a los que busquen paralelismo con la acción del texto clásico, ya que sólo se sirve de él en ocasiones muy puntuales.

“Entre el atropellado ir y venir de los viajeros que se adelantaban unos a otros, se empujaban y se cruzaban sin mirarse, una niña totalmente ignorada por ellos lloraba silenciosamente con los ojos bajos y la espalda apoyada en la pared del paso subterráneo. Podría tener unos diez años. Llevaba un impermeable encarnado con capucha, y al brazo, enganchada por el asa, una cesta de mimbre cubierta por una servilleta a cuaros.”