miércoles, 23. enero 2019
Doolittle

Pixies
Pixies - Doolittle


Escribo estas líneas en una época en la que basta con conectarse a un navegador y visitar las webs adecuadas para que te aparezcan recomendaciones musicales de todo tipo. Por época, por estilos, por lugar de publicación, por sello discográfico, incluso con enlaces que llevan a artistas relacionados. En una era en la que es posible seguir al minuto a los artistas deseados y no perderse ni un adelanto, ni un single, ni una pista que indique que publicará nueva música en breve. Pues bien, yo he vivido mi educación musical en una época en que de todo esto no había NADA. Apenas el boca-oreja, los cassettes prestados o los locutores de radio de confianza. Podían pasar años hasta que te enteraras de qué era la música surf, de qué fue primero, si Nirvana o Pixies, o incluso de si los Pixies estaban o no en activo (en el caso de Nirvana se enteró todo el mundo occidental). Formo parte de una generación que consumió mucha música que no le gustaba, que no le decía nada, a diferencia de la de ahora, que tiende a reducir el campo de audición a lo que le gusta.

Fue un compañero de la facultad de periodismo quien me pasó en una cinta “Come On Pilgrim” y “Surfer Rosa”. Me pareció muy acorde con lo que me gustaba por entonces y que marcó algunos de los mejores minutos de los 90s: la dinámica de calma-descarga eléctrica presente en Nirvana o en el “Creep” de Radiohead, por citar lo evidente. Sin embargo, a diferencia de estos ejemplos, Pixies sonaba juguetón, sin pesadas mochilas existenciales, diversión-aquí-y-ahora. Durante mis visitas a la biblioteca Can Sumarro de l’Hospitalet encontré en fichas (¡escritas en papel y boli!) algunas referencias musicales que me interesaban. Iba con las fichas al mostrador, esperaba un poco y los bibliotecarios me daban cassettes o CDs, en función de lo que tuvieran. El “Doolittle” lo tenían en cassette, y contenía algún “drop”, una interrupción del sonido derivada de una imperfección de la cinta, quizá por el uso. Años más tarde, al comprarme el CD de “Doolittle”, echaba de menos ese defecto. Casi esperaba que el CD contuviese, además de las canciones, también ese defecto. Supongo que a ese tipo de cosas se le llama apego.

Cualquiera que fuera el formato, empezaba la acción con ese bajo urgente (4 punteos al primer traste de la quinta, 4 al primer traste de la sexta, 4 al tercer traste de la quinta, 4 al primer traste de la sexta cuerda), una puerta dimensional hacia la diversión. Tras una floritura ya con la incorporación de la guitarra y la batería, llegamos a la parte cantada, presidida por esa sucesión de acordes de Fa-Sí bemol-Sol-Sí bemol, poco accesibles al guitarrista novato, máxime a esa velocidad. La letra es adorable, parecen tweets de reacción ante la contempolación del film de Luis Buñuel “Un chien andalou” (Black Francis dice “Un chien Andalousia”, es decir, un perro Andalucía). Pero no más imborrable que la segunda voz e Kim Deal susurrando “debaser” (primero de forma seca, después entonada) tras los alaridos “DEBASER” de Black Francis. Escuchando esto, ¿quién no querría crecer para ser un degradador, un corruptor? “Tame” ofrece esa dinámica calma-tempestad que se Nirvana transformaría poco tiempo después en cultura popular. Black Francis utiliza una entonación maléficamente suave, unos jadeos sexuales (secundados en el mismo plano con la voz femenina de Deal) y unos rugidos bestiales. Sin embargo, a pesar de todo, no puede competir ni con el tema precedente ni con el que le seguirá.

“Wave of Mutilation” se inicia con una intro instrumental de unos 30” que será la base sobre lo que después sonará la parte cantada. La batería cobra protagonismo, y la guitarra de Joey Santiago al estilo surf nos conduce hasta Black Francis, mucho más sutil que en los dos temas precedentes. Parece ser una reivindicación de una muerte propia violenta que permita a su cuerpo ponerse en comunión con un entorno natural de playas y olas. En ese lugar, a la manera de su ya publicada “Isla de Encanta”, hay nombres de ascendencia española, probablemente fruto de los meses que Francis pasó en Puerto Rico. Los últimos “wave” parecen indicar ese acompasamiento con la naturaleza, en plan “mis cenizas en el mar”... Quizá tenga todo otro sentido, pero éste es el que yo, como oyente, le doy. En esa línea de explorar el cuerpo humano descompuesto o en descomposición, también entra “I Bleed”. Manteniendo la dinámica calma-tempestad, la más sobresaliente aquí es la parte tranquila, con un bajo dominante acompañado de una batería similar a una marcha militar. Esta canción fue en lo primero que pensé al oír por la radio “Undone (The Sweater Song)”, el primer tema de Weezer medianamente popular en España.

“Here Comes Your Man” es quizá la canción que parecía mejor diseñada para funcionar como single en las radios de la época. Verso – pre-coro – coro (estructura repetida otra vez), puente (con el sello Pixies de guitarras distorsionadas y aullidos sin forzar de Frank Black), y vuelta a la melodía inicial. Pop pluscuamperfecto en una banda rompedora. El riff de guitarra eléctrica es delicioso y seguro que Chuck Berry o Dick Dale lo hubieran deseado para ellos. La pregunta queda abierta: ¿es “Here Comes Your Man” la respuesta a “I’m Waiting for My Man” de The Velvet Underground? En “Dead”, sin embargo, predomina la sección rítmica (la batería de David Lovering, el bajo de Kim Deal) y tanto las guitarras como las voces bucean como pueden, sacando eso sí una interesante melodía casi al final.

“Monkey Gone to Heaven” merece párrafos enteros. Así que, al grano: musicalmente es lo mismo pero más cargado (se oye una línea de piano en el estribillo y hay sección de cuerda, perfectamente integrada), con un magnífico puente de guitarra encabezado por ese “rock me, Joe” dirigido a Joey Santiago. Sobre la letra, destacar que la canción salió pocos años antes de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro de 1992, y es una surrealista pero brillante forma de explicar lo esencial del cambio climático: contaminamos las aguas y calentamos el planeta, pero siempre saldrá alguien para hablar del poder reparador de Dios ante las debilidades humanas. El hombre es cinco, el diablo es seis y Dios es siete, a grito pelado. Y el mono, mientras tanto, ha subido al cielo, ante el jolgorio popular. “Monkey Gone to Heaven”, cuya letra inspira la portada del álbum, es una de esas canciones que transmiten energía todas las veces que me hagan falta.

Hasta ahora el disco ha tenido una secuenciación inmejorable. “Mr. Grieves” y “Crackity Jones” podrían haber formado parte de cualquier disco de los Pixies o podrían haber ido a caer a un álbum de remezclas, tanto da. También es el caso de “La La Love You”, un vagabundeo encabezado por una batería intensa, que va a parar al silbido de admiración (muy popular y extendido a finales del siglo XX, normalmente de un hombre hacia el cuerpo de una mujer desconocida, como fórmula de interés que desea ser correspondido).

Con “No. 13 Baby” me pasa como con “Desire Lines” de Deerhunter (dos décadas posterior): me gusta la parte cantada, pero la que es sólo instrumental me apasiona. La cantada responde a las características de un tema de Pixies. La segunda es dominada por el bajo, una sólida base sobre la que la guitarra aparece y desaparece, se anuda y se dispara. Tiene ese punto de magia que me hace preguntar qué hubiera pasado si la canción hubiera durado más tiempo, si hubiera sido posible extenderla sin disminuir su impacto. Tras ella, “There Goes My Gun” es bastante sencilla de letra y de estructura, pero muy bien acabada. Ahí están esos aires de spaghetti western, ese puente instrumental a lo Dick Dale, y los relevos vocales entre Black Francis y Kim Deal.

“Hey” podría ser el “Paquito chocolatero” de la música anglosajona, un tema que invita a unirse por los hombros en grupo y berrear, en este caso, “we’re chained, hey”. Eso y su apariencia amable (sin saturaciones sonoras, con pocos alaridos) no implican que “Hey” se entregue fácilmente. Por ejemplo, la letra tiene elementos de balada romántica, quizá un poco ansiosa, en la que se cuela la surrealista/buñueliana frase “Oh, es el sonido que la madre hace cuando el bebé frena”. El bajo es insinuante, la batería irrumpe en ocasiones, la guitarra emite sonidos lastimeros. El conjunto tiene algo de único y milagroso.

“Silver” para mí es un tema especial porque lo asocio a mi primer trabajo y a las experiencias que tuve en él. Desde entonces, cuando he tenido dificultades en mis sucesivos empleos, me he sentido acunado por esta letanía: “En esta tierra de extraños hay peligros, hay tristezas. No soporto a esta mujer, es sombría, me voy mañana. Aunque haya una razón, la plata, ya se ha ido”. Este podría ser el típico tema lento para finalizar un álbum en un suave aterrizaje… ¡pero estamos hablando de Pixies! “Gouge Away” es arquetípica de los creadores de “Gigantic”, con una invitación irresistible (“quédate todo el día, si quieres”).

Con todo lo explicado, uno ya se puede hacer la idea de que “Doolittle” no es sólo lo que te aporta cuando suena, sino la buena disposición de ánimo con la que uno, tras la última nota, vuelve al mundo real.

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