sábado, 10. mayo 2003
La tierra prometida
Javi
19:08h
La expresión “cine de autor” es tan utilizada que casi sirve como única etiqueta, casi como excusa, para vender películas de difícil comprensión. Una paja mental, vamos. Pero al hablar del cine de John Sayles no hay otra salida: sus películas llevan su firma en cada escena, y el resultado final es que le salen films a contracorriente, muestras de una persona plenamente conectada a las historias de personas que por diversas circunstancias se ven obligadas a dar tumbos sin saber muy bien qué hacer con sus vidas ni cómo hacer frente a sus dolores internos. Yo siempre que voy a ver una película de Sayles me encuentro al mismo tipo. Alguien que se sienta detrás de mí y al cabo de 10 minutos ya se ha quedado frito, ya sea por el aire acondicionado, por el calor, por su propio cansancio o porque considera que el arranque es lento y apaga el interruptor de su consciencia. Rooooonc. Rooooonc. Alguien le debería haber avisado que la película es “apta”: no hay sesos esparcidos, ni tetas, no hay pulsiones de sexo o de muerte. Las motivaciones de los personajes son de segundo orden de interés: su cultura, sus raíces, sus relaciones con la familia, la búsqueda del amor después del fracaso personal. Sin duda, “La tierra prometida” sigue las constantes del director de “City of hope”, “Lone star” y “Limbo”. Nuevamente el marco es un drama coral interracial. En este caso, en el imaginario Delrona Beach, en el que los habitantes se ven sometidos a la presión de grandes compañías que pretenden, vía campo de golf o vía franquicia, explotar los terrenos. Para ello no aplican políticas violentas de “tierra quemada”, sino una simple desnaturalización de la vida de la comunidad: cojan el dinero antes de que baje el valor de los terrenos. Los veteranos del lugar no están dispuestos a ceder fácilmente. Sin embargo, como dice un personaje que se está quedando ciego, “luchar contra el océano es imposible, por muy fuerte que seas. Debes nadar en paralelo a la costa hasta que baje la presión”. Sayles es el cronista del avance inevitable de una mentalidad uniformadora y artificial, sobre todo porque la gente ya tiene bastantes problemas como para poder pensar en enfrentarse a ello. Pero Sayles permite intuir, y en algunos casos ver, los crujidos y dolores que produce ese avance en los lazos sociales. El precio del progreso, aquí representado por la sensación que tienen algunos seres humanos de ser “especies en extinción”: así habla el pequeño comerciante y así habla la voz de la comunidad negra tradicional. ... Comment |
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