Tras lecturas bonitas pero rutinarias de “Somiers”, “Ryanair” i “Jo diria ‘Cine’”, el primer gran momento de lucimiento del laúd llegó con “Dins un avió de paper”, con un solo excelente. En “Rellotge”, los dos músicos que acompañaban a Oliver se coordinaron perfectamente para hacer la percusión que requería el tema, y el laúd volvería a ser memorable en “Emerson Fitipaldi”, uno de los grandes temas de la noche.

A partir de aquí, salió la faceta parlanchina de Joan Miquel Oliver. Mientras afinaba los instrumentos, iba hablando: “si hay alguien que sepa solfeo… nosotros no sabemos… estamos aquí con aparatos… el tema del marcianito a la gente le hace mucha gracia, pero a mi me da mucha pena…”. Y la gente, sin embargo, seguía riendo ante ese tono de niño inocente que gasta Oliver. En este clima llegó “Marcianet de Mart”, “Surfistes en càmera lenta”, “La mujer que mordió un piano” y “M’encanta París”. En este tramo me fijé que Oliver apenas movía las manos para arrancar sus notas, nada de moverse de punta a punta del mástil, todo lo que emanaba de él sonaba cristalino, delicado.

Oliver repitió la jugada del marcianito: “los payasos, en lugar de hacerme gracia me dan pena, allí solos en su camerino…”. “Pallasso” le quedó muy bonita, entre otras cosas porque el batería encendió durante la canción una bengala (en su acepción de varilla de pólvora que al arder produce chispas), cuya luz adquirió casi poderes hipnóticos. Además, Oliver empezó a hacer punteos con la guitarra casi como si hiciera pruebas sobre la marcha, con un resultado cómico. Aquí sí que se movían sus brazos. Una vez hechas las risas, el camino estaba preparado para las introducciones simpáticas: “y ahora la historia de este payaso continúa, le salió un bolo en una boda, y yo hice la canción sobre este bolo”. Ésta era la introducción de “Sa núvia morta”. “Y ahora una canción country que quiero dedicar a Tomeu Penya, que todos se ríen de él y tiene canciones muy chulas”, precedió a “Molí de vent”.

El concierto cobró nueva intensidad tras “Petit homenet”, al final del cuál Oliver recitó entera la introducción de la serie de TV “El coche fantástico” (ya se sabe: “El coche fantástico es una trepidante historia de un hombre que no existe, etc, etc, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley”). Encarrilado el entusiasmo, llegó la fase en la que los instrumentos ganaron en intensidad y el batería y xilofonista pudo por fin lucirse, con “Hansel i Gretel” y “Lego”.

Llegaba así un tramo final de aterrizaje suave e intimista, con “Arbre que mira farola”, “Polo de menta” i “Ai Las!”. Durante la primera fase del concierto el aire acondicionado estaba a tope, y en un momento determinado Oliver expresó si alguien lo podía bajar, que “esto parece un cine”. Pues bien, a estas alturas de actuación el público estaba doblemente caldeado.

Para el bis, Joan Miquel Oliver anunció que “ahora asistiréis a un estreno internacional”, y tocó un tema del que no anunció el nombre pero del que sí puedo decir que tenía “meteositos” y “tigretons”. “Y ahora tocaré el bajo para que veáis que soy un artista que sé hacer de todo”, lo que introdujo “Foto”. En su último discurso hizo balance de la noche: “hemos pasado frío, hemos pasado calor, hemos tenido miedo…” y tocó para acabar “Odisea 30.000”, canción que aparecía en un libro de poemas, según dijo. Y acabó bien la noche, con la gente agolpándose a la salida sobre el muestrario de sus obras (sus libros, sus CDs), y algunos hasta las compraban. Pop mediterráneo del bueno.

* "El misteri de l'amor" (libro)