martes, 25. enero 2005
Sólo un beso
Javi
20:55h
Amar puede ser un problema, de eso el arte nos ha dado muestras muy diversas. El caso está en representar el amor como una erupción interior o como un terremoto exterior. En este último caso, lo más frecuente es que se nos retrate un amor imposible debido a unas condiciones ambientales claramente hostiles. El ejemplo clásico es el de la rivalidad entre Capuletos y Montescos, una tierra estéril para el amor en la que florece, pese a todo, la pasión entre Romeo y Julieta. “Sólo un beso” se enmarca en estas coordenadas. El único hijo varón de una familia pakistaní afincada en Glasgow se enamora de una joven separada que trabaja de profesora de música en una escuela católica. Ambos retozan alegremente hasta que las señales de alarma de cada una de las respectivas comunidades se encienden. Entonces se producen una serie de movimientos sísmicos que los dos amantes tendrán que soportar si quieren seguir juntos. En cierta manera, se produce la confrontación del deseo individual frente a la voluntad de la comunidad. Cualquier colectividad tiende a crear mecanismos para su propia supervivencia, aun a costa de prescindir de los individuos que en su día le otorgaron intención e identidad. Entre dichos mecanismos se encuentra el control escrupuloso de la conducta de cada uno de sus integrantes. Este punto es el que es clave para entender la intención de la película: en esencia, la cultura musulmana y la cristiana tienen pilares muy semejantes, pero ambas han elaborado una cosmología propia que da sentido a la existencia de la comunidad y al papel de sus individuos, pero que no otorga entidad, cuando no desprecia, a los que no comparten esa creencia. El color de la piel es, en esta ocasión, para Ken Loach, un elemento secundario, superado racionalmente por sus protagonistas. Lo que realmente hace daño a la historia de amor, lo que denuncia el director británico, es el totalitarismo de determinadas creencias, que se creen con derecho a gobernar hasta los extremos más recónditos de la vida privada de las personas. No es un tema démodé: parece que la fe vuelve con ganas de querer echar un pulso a la razón. Cuando creíamos que habíamos conseguido arrancar del Estado a quienes creen que su teología es más importante que los derechos de las personas, resulta que otra vez tendremos que fumigar. ... Comment |
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