"Deuda de sangre"

La gerontocracia nunca volverá, pero a pesar de ser viejo y tener achaques y de vivir en un mundo en el que parece que sólo los jóvenes cuenten porque son los principales consumidores, aún puedo dar guerra. Éste podría ser el planteamiento que se hiciera Clint Eastwood antes de empezar a dirigir un nuevo film, lo que le hace ser una suerte de Quijote consciente. Conectado al mundo circundante, pero deseando que se le respete su condición de abuelo que siempre cuenta la misma historia. Es la suya, al fin y al cabo. Aunque el material original sea del novelista Michael Connelly.

Y es que, como en los tebeos de Mortadelo, el argumento ha dejado de tener importancia. Cambiando el decorado y los puntos de partida de las tramas, “Poder absoluto”, “Ejecución inminente”, “Space Cowboys” y el film que nos ocupa tratan de lo mismo: el hombre veterano y experimentado debe solucionar algo para lo que no se muestran capaces ni la supuesta eficacia de los burócratas ni la arrogante inteligencia de los jóvenes. Una tarea que para los demás es hercúlea pero que para el héroe otoñal es una nueva oportunidad para enfrentarse a lo que alguna vez constituyó el motor de su vida. Todo lo demás son añadidos.

Pero también en los cómics de Ibáñez la belleza, o la carcajada, la encontramos en los detalles. En la constatación de que el autor posee una fértil imaginación abierta al mundo, y no está leyendo periódicamente distintas páginas de su libro sagrado particular. El cariño con el que trata la cámara a Anjelica Huston es digno de neón: creo que es la doctora más deseable (no confundir con sexy) que veo en un film desde Anne Bancroft en “7 mujeres” de Ford, que yo recuerde. El humor socarrón de Eastwood continúa mirando de frente.... sí, está bien, de acuerdo, otra vez nos vende la misma moto, el clon abuelete de Harry Callahan tiene que encontrar al Scorpio de turno y restablecer la justicia a su manera, pero todos sabemos que los cómics de Mortadelo acaban por regla general con los héroes escondidos tras haber cometido una salvajada, pero aún nos gustan. ¿Pasa algo?

A un corazón amarrao cuando le sueltan la rienda...

...es caballo desbocao. Este es el argumento: un investigador del FBI está a punto de echar el guante a un peligroso psicópata cuando, por el esfuerzo de la persecución, sufre un infarto. Dos años después, le han trasplantado un corazón nuevo, pero ya le han dado la jubilación anticipada. Sin embargo, su nuevo corazón pertenece a una mujer que fue asesinada, y la hermana de ésta pide ayuda al héroe para encontrar al culpable. El jubilado ataca de nuevo y vuelve a la acción, aún arriesgando su salud.

Pero si creo que esta película tendrá un rinconcito en mí será por su intuitiva definición de conexión. Esa especie de plena identificación entre el yo y la circunstancia, de integración de los estímulos exteriores en el propio cuerpo, capaz de provocar los mayores dolores pero también de darnos el más intenso de los placeres. Es decir: la máxima aspiración no es tener un buen trabajo o gozar del sexo con la pareja más bella posible, sino notar que nada se te escapa, que serás capaz de dar la respuesta adecuada a cualquier estímulo exterior. Ese diálogo entre Clint Eastwood y Jeff Daniels es y trata sobre armonía.

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Un final made in Hollywood

Soy un detractor de los fans de Woody Allen. Las paparruchadas sobre su condición de autor, sobre sus manías con el psicoanálisis, el sexo, la muerte y el judaísmo, además de su despliegue de miedos a través de la neurosis y la transmisión de un cierto frenesí, dichos en boca de otros, me ponen enfermo. Sobre todo porque Woody Allen se ha empecinado en llevar un ritmo de una producción anual, y ya están los pesados de siempre dando la vara. Para aquellos que creen que un estornudo del ídolo es un golpe de genio, presentar un film cada año es una virtud. Conviene recordar, pues, que ser prolífico es sólo un dato.

Y las obras de los autores de creatividad incontrolable se pueden dividir en tres categorías: las buenas, las que sabría mal que se perdieran en el fondo de una incineradora y la pura bazofia autocomplaciente. Les pasa a todos los de esa especie: a escritores metidos a articulistas, a Prince, a guionistas de televisión, a Neil Young... En el caso de Woody Allen, llevaba varias películas seguidas que yo guardaría en ese infame tercer cajón. Ejercicios de estilo coqueteando con coros griegos, con el musical, con Bergman y con Fellini, con el documental, con el screwball comedy, etc, que tenían momentos inolvidables pero que no funcionaban en conjunto.

Pero con su último film Woody Allen sube un escalón. No la recomiendo a todo el mundo, pero sí que me gustaría que esta obra no se perdiera. No es ni mucho menos perfecta, Woody Allen no sabe sostener una excelente idea inicial una vez más, pero aguanta más tiempo y sobre todo llega al puerto al que pretendía llegar. Su enésimo encomio del carpe diem se ve acompañado por una crítica a la industria de Hollywood reforzada por una espolvoreada comicidad.

Primero conquistaremos Manhattan

“Me condenaron a 20 años de hastío / por intentar cambiar el sistema desde dentro / ahora vengo a desquitarme / primero conquistaremos Manhattan...”. La adaptación para Enrique Morente del “First we take Manhattan” de Leonard Cohen me viene al pelo para explicar el argumento. Un director que logró en dos ocasiones el Oscar pero que ha sido condenado al ostracismo (rodar spots publicitarios) por su carácter problemático recibe un guión que tiene potencial para volver a situarlo en la cima. Sin embargo, quien le ofrece esa oportunidad es la productora pilotada por el hombre que le “robó” a su exmujer. Las fricciones están a la orden del día, pero eso no es nada comparado con lo que pasará durante el propio rodaje.

Desde mi punto de vista Woody Allen ha vuelto donde perdió la zapatilla, a su última obra estimable, “Balas sobre Broadway” (1994, con 7 films más por medio), pero esta vez sin utilizar al subterfugio de situar la acción en los años 30. “Las críticas a lo actual se disimulan mejor con vestidos de época", dice un personaje del reciente film de Bertrand Tavernier, “Salvoconducto”. Woody Allen ha cogido esta vez el toro por los cuernos, a la manera de David Mamet, de Robert Altman, de Robert Aldrich, y ha hecho su particular lección de anatomía sobre el cadáver de Hollywood. Particular y personal, ya que no deja de reflejar sus inquietudes de siempre, que dichas por él pueden causar extrañeza o mover a la carcajada, pero que son suyas.

Nuevamente nos encontramos ante una obra coral con interpretaciones notables. Téa Leoni parece algo fría pero su fuerte presencia es muy destacable, la aparición de la televisiva Tiffani Thiessen puede formar parte del museo del fetichismo, y el resto cumple con eficacia. Woody Allen, por supuesto, se reserva el lucimiento en algunas escenas memorables, como la cena en la que se convierte en el hombre de negocios Jekyll y el celoso Hyde, o sus numerosos tropiezos durante el rodaje, pero no adelantaremos mucho más, que explicar gags es comenzar a gastarlos. “Un final made in Hollywood” permite soñar con que Allen sacará en el futuro otra obra del calibre, por ejemplo, de “Manhattan”, hecho que yo ya daba casi por imposible.

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"Minority report"

Ideas. Es imposible la seguridad absoluta en nuestra sociedad del riesgo. Ideas veladas. En cuestión de delitos sólo los hechos consumados deben tener una respuesta en firme, y no las amenazas, que tienen un componente subjetivo (pongamos que hablo de Irak). Ideas, ideas sobre la condición humana: el futuro nos brindará nuevas posibilidades de sublimar nuestras pasiones y miedos a través del perfeccionamiento de la realidad virtual. Ideas, ideas explícitas: la ciencia como asesina de la mentalidad tradicional de los milagros, pero también como amenaza a la humanidad si el saber cae en malas manos. Idea capital: el futuro nos pertenece. Steven Spielberg muestra de forma asombrosa su capacidad para, en medio del torbellino de acontecimientos de “Minority Report”, introducir estos planteamientos para la reflexión de cada uno.

Estas impresiones cruzan nuestra mente a la misma velocidad con la que el personaje de Tom Cruise manipula las imágenes sobre futuros crímenes cedidas por 3 humanos con superpoderes adivinatorios pero drogados para facilitar su uso industrial. Trabajan para una compañía que en un futuro no muy lejano (año 2054) puede detener los crímenes antes de que se produzcan con perfección absoluta, y con el criminal con las manos en la masa. Todo muy seguro, sí, pero esto se nos muestra en un futuro tan temible como el orwelliano No olvidemos que el film está basado en un relato corto de Phillip K. Dick, el mismo que ideó “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, relato de base de “Blade runner”. El futuro que se nos presenta en esta ocasión es uno en el que la publicidad es personalizada, en el que los animales rastreadores de la policía son arácnidos y en el que predominan los colores fríos, azules y grises principalmente (como en la anterior obra de Spielberg, “Inteligencia Artificial”).

Nanas digitales para ovejas de lana buena

Asistimos a una nueva pesadilla tecnológica. Pero Spielberg es capaz de extraer lo mejor de esa tecnología. Se le puede acusar de almibarado, de anestesiar nuestra conciencia con finales felices. Sin embargo, su capacidad para narrar es tan poderosa que para un espectador mirar el reloj propio se antoja un gesto forzado. Yo lo miré para ver cuánto había durado la primera secuencia: 15 minutos, más o menos. Pero ¡qué 15 minutos! Unas imágenes atractivas, la tensión de la cuenta atrás, la sensación de que el espectador tiene unas piezas que debe recomponer rápidamente para saber de qué va la historia, al igual que el protagonista para evitar un crimen. Y después, la constante contrarreloj a la que se ve sometido el protagonista, que descubre que va a matar a un completo desconocido y que debe sobrevivir para no ser detenido y confinado a la más horrible prisión imaginable.

El resultado es un film de acción que reparte algunas golosinas de terror, de tragedia e incluso de humor dentro de la ciencia-ficción. En el apartado interpretativo, un buen Tom Cruise, un correcto Max Von Sydow y una impresionante Samantha Morton. Todo ello da como resultado un film a la altura del Spielberg que más me gusta: el de “Tiburón”, el de “En busca del arca perdida”. Y a partir de ahora, el de “Minority report”.

Para más información, su web oficial Minority report

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"Los lunes al sol"

¿Qué entendemos nosotros, en nuestra vida, por unos mínimos? Cada uno tiene su propia percepción de lo que necesita para ser feliz, pero muchas veces se descuida la correcta valoración de lo que ya se posee. Y esto que ya poseemos, con frecuencia, es mucho.

Los personajes de las películas de Fernando León no tienen esos mínimos. En su opera prima “Familia” al protagonista le falta el afecto de los suyos. En “Barrio” vemos las andanzas de unos jóvenes que no tienen la estabilidad en su familia ni las condiciones económicas para veranear en la costa, su sueño irrealizado, y descubren las miserias de la vida demasiado pronto. Y ahora llega “Los lunes al sol”, donde el paraíso soñado es Australia, porque está en las antípodas de la situación actual de los protagonistas: prejubilados en busca de una improbable oportunidad en el mercado laboral.

Esta obra de Fernando León de Aranoa, ganadora de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, comienza con unas imágenes de una manifestación real del año 2000 que no pudo evitar el despido de 89 trabajadores de astilleros. Pero el film no se acerca en ningún momento al documental ni a la tradición británica del cine de denuncia social (podría servir de referente próximo “La cuadrilla” de Ken Loach). Ni tampoco busca una salida airosa y bella en su fugacidad de canto de cisne como en “The full monty”.

Porque el protagonista no tiene un aire dramático, no tiene familia ni hijos a los que sacar adelante, sino que es un personaje de la más honda cultura española: pícaro y quijotesco. Javier Bardem interpreta a un hombre en paro que vive al día, que tiene encanto para hacer creer a los que le rodean cosas que no son verdad, con un cierto atractivo para las mujeres, con la tozudez como para ir tres veces a juicio por no pagar una multa de 8.000 pesetas (en la línea de “Don erre que erre”) que considera injusta. A su alrededor, hombres inseguros con los que antes compartía trabajo y ahora sólo horas de compañía y añoranza junto a una barra de bar.

Hola, muchachos, compañeros de mi vida

Y lo que vemos son escenas en las que asistimos a pequeños momentos. De temor, de compañerismo, de enfado, de ilusión. En todo caso, de celebración del colectivo como única salida al abandono o la marginación en circunstancias adversas. Y para nosotros, como espectadores, además de la rabia por asistir a un problema de fondo sin solución a nuestro modesto alcance (la globalización económica y la especulación como máquinas de quemar combustible humano), nos queda el recuerdo de fogonazos de buen humor, como la escena de los canguros improvisados, o el final del episodio de la farola. Sin olvidar otras escenas menos agradables.

Y de esos momentos es responsable, además de la buena labor de los intérpretes, el acertado guión, con diálogos chispeantes de puro cotidiano y situaciones ridículamente verosímiles. “Los lunes al sol” es una invitación a mirar en las imágenes que no saldrán en los montajes finales de los noticiarios. Porque la realidad nunca se podrá entender con estadísticas oficiales, pido un aplauso para esta película.

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"Señales"

Hablemos de cine un poquito y después de política, que no se diga. Sí, para su desgracia, “Señales” ha salido en un momento inadecuado para generar adhesíones a las soluciones que plantea, y es posible que por ello haya gente que se oponga a sus virtudes. Vamos a dejarlas claras: el último film de Shyamalan tiene mi voto para todos los premios del año al mejor sonido, crea más angustia que la reciente “La habitación del pánico” (ah, los enemigos invisibles, qué temibles nos parecen, desde “La patrulla perdida” hasta “Los otros”), se muestra coherente con la filmografía anterior de su director (más en la línea de “El protegido” que de “El sexto sentido”) en esa especie de búsqueda de soluciones extraordinarias a la mediocridad de la vida cotidiana, y además aporta algunos relajantes toques de humor.

Confieso que piqué en su anzuelo, me dejé arrastrar por la historia y lo pasé mal. Lástima de Mel Gibson, sobreactúa cuando no debe y se pone rocoso cuando se espera de él alguna mueca significativa. Uno de los niños tiene asma (como en “La habitación del pánico”) pero está acompañado por una hermana (como en “Los otros”), y a pesar de todo lo dicho, creo que el referente de esta película, además del explícitamente indicado (el espacio radiofónico “La guerra de los mundos” conducido por Orson Welles) se encuentra en...

Hitchcock. Y no lo digo por la aparición del director, Shyamalan, como secundario (en un papel narrativamente importantísimo, a diferencia del director británico), sino por “Los pájaros”. La sensación de que las señales poco a poco van apuntando a una invasión extraterrestre, la presencia de animales domésticos (en contraposición al imprevisible enemigo exterior), la visión de cientos de luces en el cielo, la visita del personaje de Gibson a la casa del de Shyamalan, y por supuesto, el encierro en la casa, siguen el cuaderno de caligrafía del terror elaborado por Alfred Hitchcock en ese film. Aunque para muchos este hecho puede parecer de un esteticismo vacuo, en estos tiempos de compromiso en que vivimos. Así, Shyamalan podría haber hecho como Hitchcock en “Enviado especial” y lanzar mensajes de socorro al grito de “América, mantén las luces encendidas porque son las únicas que quedan en el mundo”. Pero, mira tú por dónde, no ha escogido ese camino.

El final del film promueve el aislacionismo americano y la vuelta a los valores tradicionales como única forma de rechazar eficazmente a los invasores aliens, que son hostiles y pretenden apoderarse de los recursos de la actual potencia hegemónica. Es una postura con la que se puede estar o no de acuerdo, pero no veo en ella ningún mal en sí mismo. Esta película no tiene el tono de “El planeta de los simios” (versión Tim Burton) o de “Operación Swordfish”, películas en las que se defendía la idea de que “antes que nos ataquen, que nos atacarán, nosotros debemos hacer todo lo posible para exterminar a los diferentes”. Tal vez alguien piensa que los directores de cine habrían de formular constantemente discursos como el de Chaplin al final de “El gran dictador”, promoviendo el intervencionismo a ultranza. Sin embargo, Shyamalan opta por un final que parece extraído de la papelera de los descartes de “Mars attacks!” y reduce el tono de su discurso a la anécdota personal del protagonista. El final no me satisface, pero no me borra el recuerdo de una película notable en su desarrollo y me estimula a seguir viendo futuros productos de Shyamalan.

Una peli de ****, de la que obtendréis más información en Señales, de M. Night Shyalaman

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