Hoy, Manoel de Oliveira

Tengo 102 años y soy la referencia del cine portugués.

Decanooooo

Tengo películas de ritmo trepidante. "El Valle de Abraham", esa era buenísima, 3 horas con una coja. "La caja", "El convento", taquillazos.

102 años! Se dice pronto, eh? Yo es que me iba a jubilar y justo cuando tenía 65 años estalló la revolución de los claveles

Grandola, vila Morenaaa

La canción sonó por la radio y el funcionario que tramitaba las jubilaciones, con la alegría, la emoción del momento, tiró los papeles al aire y se los llevó el viento. Ahí estaba todo Portugal pisando las calles, los claveles y mis papeles de la jubilación. Y aquí sigo. Produciendo

Soy el Woody Allen portugués. Tengo a un montón de gente que paga las facturas gracias a mí. Los domingos por la tarde me llaman y me dicen: “Manoel, que he de pagar el dentista de la criança”. Y yo digo, “si tengo 102 tacos, pídele dinero a tu madre, déjame jugar al mus, que estoy en un momento interesante, órdago a pares…”, pero no se dan por aludidos los cabrones.

“Criança”, qué palabra más bonita.

Mis películas se aguantan por eso. El portugués es un idioma muy musical. Te deja hipnotizado. En la sala de proyección pasan 30’ y la gente se pregunta: “¿qué ha pasado? No me he enterado de nada, pero sonaba muy bonito, es como un disco de Kenny G”. Y el que se ha tomado un “speed” antes de entrar a la sala de cine dice: “están hablando de la materia y la antimateria”. Que parece que no, pero yo, Manoel, soy un tío enterado. Veo “Redes”. Punset es un genio.

Portugal es como Brasil, pero sin tías buenas.

Los portugueses estamos malditos, tenemos un país requemado cada verano, nos tienen que rescatar como a una princesa en apuros porque si no no salimos solitos de la crisis, y nos sitúan en el mapa por Mourinho y por Cristiano Ronaldo. Pero aquí estoy yo, Manoel, aguantando el PIB. ¿Poniendo a actrices brasileñas en mis películas porque me lo pide el guión? No. Porque ingresamos pasta por coproducciones. El guión está en mi cabeza, y es como una mesa de pobre: para comer siempre cabe alguien más. Un garbanzo huérfano para cada uno, y a correr.

Pero yo no corro, eh? Yo, como Carles Reixac, correr es de cobardes. Se pueden contar con los dedos de una mano los travellings o las panorámicas que pongo en mis películas. Todo planos fijos. Qué pereza, mover la cámara. Y para que la cosa tenga un poco más de dinamismo, lo acompaño con notas de piano. Como si fuera cine mudo. Digo: “niño, toca algo”, y el piano suena. Igual algún día tengo al lado a Elton John o Diana Krall y ni me entero. Es que la gente no se ha dado cuenta pero Woody Allen se inspiró en mí para el guión de “Un final made in Hollywood”. Yo en realidad estoy ciego, joder. Me dice el cámara: “¿para dónde giro, para la izquierda o la derecha?”, y yo como no sé dónde están los actores, digo: “pero, a ver, tú quédate quieto, y los actores que se pongan dentro del plano. El que se salga un centímetro del cuadro, no aparecerá en los créditos y no pagará el dentista de los niños”. Y vaya si obedecen.

Os dejo que me voy a jugar a la petanca. Como no veo, tengo un boliche que indica su posición. Dice: “Soy el boliche, estoy aquí, soy el boliche, estoy aquí”, y yo lanzo la bola hacia allá. A veces gano. Yo creo que no es verdad, que me dicen que gano. Lo hacen para darme una alegría. Mis amigos son unos cabrones, pero les adoro.